El Foro de Pensamiento Peronista fue fundado en 2012 por un grupo de políticos e intelectuales del peronismo con el fin de discernir ideas y hechos que desplieguen el rico y vigente pensamiento estratégico del Gral. Juan Domingo Perón, e intervenir así en la lucha político-cultural de la Argentina. Tras las derrotas de 2015 y 2017, nos animó la reunificación del peronismo como base de la recreación de un gran Movimiento Nacional , y ofrecer a nuestro pueblo una alternativa triunfante, logro que finalmente se obtuvo a partir de la victoria en 2019 del Frente de Todos, encabezado por el compañero Alberto Fernández.

11 de enero de 2013

¿PODREMOS SER UN PUEBLO FELIZ EN UNA PATRIA GRANDE?

por Víctor Lapegna
“Acaso lo esencial de la vida argentina sea eso, ser promesa”.
José Ortega y Gasset, Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América, Alianza Editorial, Madrid, 1995.

“Hay cuatro clases de naciones: países desarrollados, países en desarrollo, Japón y Argentina que constituyen una categoría aparte. Japón porque se desarrolló pese a no tener recursos naturales y Argentina porque no se desarrolló pese a tener todos los recursos naturales".
Simón Kuznets, premio Nóbel de Economía 1971

ÍNDICE Parte I
Introducción
Ser y Tener
Adaptación a la época y relación con el mundo
Consolidar un desarrollo sustentable, integrador e integral
Restaurar el Patriotismo y la Unión Nacional
Reconstruir el Estado ad extra y ad intra
Parte II
Diagnóstico y Tratamiento de la Realidad Nacional
Área cultural
Área social
Área institucional
Área económica
Área demográfica
Área de seguridad y defensa
Área de integración
Introducción
En 2013 destacan dos circunstancias trascendentes, de cuyo desenvolvimiento depende en gran medida que en nuestro futuro común los argentinos hagamos realidad la perspectiva tantas veces demorada de ser un pueblo feliz en una patria grande. La primera de esas circunstancias es la continuidad de la onda larga de fuerte demanda y altos precios internacionales de bienes alimenticios - uno de los efectos de la nueva etapa de la evolución - que sustenta la posibilidad de concretar en plenitud las formidables potencialidades con las que está dotado nuestro país en esa materia. La continuidad de ese alto nivel de la demanda y de los precios internacionales de los bienes alimenticios tiene su causa esencial en el hecho que en los países llamados emergentes, que son hoy los principales tractores del crecimiento de la economía mundial, se sigue dando un sostenido proceso de urbanización y aumento de ingresos de la población, lo que conlleva un incremento de sus necesidades alimenticias que no llega a ser satisfecho por la producción propia y representa la posibilidad de vender ahí insumos alimenticios y comidas que la Argentina puede producir en cantidad y calidad tales que la habilitan para ser la nación nutricia de gran parte del mundo1. La segunda circunstancia que destaca en el escenario argentino del 2013 es el ocaso del ciclo kirchnero-cristinista de gobierno del Estado, durante el cual se desperdició un crecimiento de nuestra economía que habría permitido iniciar la consolidación de un desarrollo sustentable, integrador e integral, cosa que el régimen K no hizo. Sin detenernos en el análisis del surgimiento y apogeo de ese régimen K, diremos que su ocaso se funda, entre otras causas, en las restricciones insalvables que la realidad actual impone al uso desmedido e indebido de fondos públicos para la compra de voluntades favorables, instrumento central del kirchnero-cristinismo para acumular poder. La astringencia en el manejo de caja dada por esos límites que fija la realidad genera, entre otras consecuencias, una relación cada vez más conflictiva de la cúpula gubernamental con diversos actores sociales, de los que destaca el movimiento obrero. Esa tensión se acentúa porque el régimen no produjo cambios verdaderos y sustentables en la estructura económica básica que hicieran surgir a nuevos y sólidos actores que tuvieran raíces hondas, amplias y fuertes en la realidad y se sintieran identificados y comprometidos con el régimen K. A falta de esos sustentos, tiene junto a sí a empresarios rentistas, sindicalistas del poder y burócratas de la clase política al estilo de “la Cámpora”, beneficiarios del capitalismo de amigos/cómplices que consolidó el régimen K quienes pueden convocar tras de ellos a algunos segmentos de la sociedad que aún creen el relato oficialista pero son incapaces de dotar de continuidad al régimen que entra en colapso por la inviabilidad de que Cristina Fernández de Kirchner se pueda suceder a sí misma. ¿Será posible que quiénes resulten elegidos para gobernar la Argentina a partir del 2015, a diferencia de sus predecesores, sepan conducir un proceso que aproveche las oportunidades que seguimos teniendo para que todos podamos vivir en paz, con prosperidad, justicia, libertad y soberanía? Este trabajo, una búsqueda de respuestas a esa pregunta mediante un ensayo de hermenéutica2 que busca discernir las causas por las cuales aún no llegamos a realizar en plenitud nuestras grandes potencialidades, pone el foco en nuestra capacidad para adaptarnos a los cambios de época, integrarnos al mundo y construir un desarrollo sustentable, integrador e integral, que a nuestro ver son las principales condiciones de posibilidad para que quienes habitamos este bendito lugar del mundo y podemos realizar algún trabajo, al menos produzcamos lo que consumimos y así lleguemos a disponer de los bienes materiales que solventen el objetivo biunívoco de la felicidad del pueblo y la grandeza nacional. Ser y Tener Las precedentes referencias a la búsqueda de un nivel de bienestar material al alcance de todos no implica compartir el erróneo reduccionismo de quienes suponen que la prosperidad material que produzca la comunidad y su justa distribución son condiciones suficientes para realizar el objetivo de la felicidad popular. En este sentido coincidimos con lo que dijo el presidente uruguayo José Mujica en un discurso dado en Río de Janeiro en el que advirtió que “venimos al planeta para ser felices” y que para todas y cada una de las personas “la vida es corta y se nos va. Y ningún bien vale como la vida. Esto es lo elemental”. También compartimos su afirmación de que “el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad, tiene que ser a favor de la felicidad humana; del amor a la tierra, del cuidado de los hijos junto a los amigos y de tener, sí, lo elemental”. A propósito de ello cabe reconocer que las fuertes pulsiones al hiperconsumo presentes en las sociedades de este tiempo lleva a que muchos de quienes tienen acceso a trabajos remunerados se sientan compelidos a destinar tiempo y esfuerzo excesivos para procurar los recursos que les permitan solventar la satisfacción de esas pulsiones, lo que les impide dedicar la cantidad y calidad de tiempo suficiente y adecuado a vivir la vida con sus familias y amigos. Esos efectos deletéreos del hiperconsumo en el plano personal se extienden al comunitario y, por ejemplo, si todos los países del mundo adoptaran los niveles de consumo de todo orden que tienen hoy Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, el efecto sería una crisis ambiental que haría inviable la continuidad de la vida humana en el planeta, lo que avala poner en cuestión esas pautas de los países más ricos. En el discurso que ya citamos antes, el oriental Mujica aludía a ese riesgo a través de las siguientes preguntas retóricas: “¿Qué le pasaría a este planeta si los hindúes tuvieran la misma proporción de autos por familia que tienen los alemanes? ¿Cuánto oxígeno nos quedaría para poder respirar? ¿Tiene el mundo los elementos materiales para hacer posible que 7 u 8 mil millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que hoy tienen las más opulentas sociedades occidentales?”. Esa compleja realidad del presente fue anticipada por Juan Perón en su Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo que diera desde Madrid el 21 de febrero de 1972, en el que advertía: “Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales y la sobre-estimación de la tecnología y la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional”. Añadía ahí Perón que “las mal llamadas "sociedades de consumo" son en realidad sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto por el que el gusto produce lucro”. Aunque daten de hace 40 años, hubiera sido útil y adecuado que estas palabras de Perón fueran planteadas por la delegación argentina a la Conferencia de Doha (Qatar) reunida en la primera semana de diciembre de 2012, en la que se consideraron los riesgos y perspectivas que implica para la humanidad el calentamiento global, uno de los síntomas de esa “marcha suicida que la humanidad ha emprendido” a la que aludía el profético mensaje del General. Vale también reproducir otro párrafo de aquel mensaje de Perón que tiene notable vigencia: “Como ejemplo bastan los autos actuales, que debieran haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos”. Esta advertencia de Perón por fin está comenzando a ser tenida en cuenta por la industria automotriz, sobre todo en Japón pero también en Europa y Estados Unidos, donde se tiende a expandir la producción de los llamados automóviles híbridos que incorporan motores eléctricos alimentados por baterías de litio para reducir la contaminación. Una perspectiva que podría ser aprovechada para que la cadena automotriz de Argentina/Brasil concrete un salto de calidad dado que en nuestro país, Bolivia y Chile es donde existen las principales reservas mundiales de mineral de litio y esa disponibilidad de la materia prima esencial de las baterías que alimentan el motor eléctrico de los híbridos nos da posibilidades de negociación con las transnacionales para que la industria automotriz binacional se sume a ese proceso innovador. Por fin, Perón expresaba en su mensaje que “el ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia”, planteo evocador de lo que viene señalando S. S. Benedicto XVI acerca de las cuestiones trascendentes del mundo actual. Claro que la posibilidad de “tener lo elemental” para las personas, las familias y las comunidades nacionales planteada por Mujica en el discurso citado, no es igual hoy que ayer según lo muestran algunos ejemplos acerca de las tendencias del consumo. Por caso, ser propietario de una casa que reúna las condiciones que hacen a la calidad de vida siempre formó parte de lo elemental a tener, pero hoy se requiere que esa casa esté provista de servicios (entre otros de agua corriente y potable, cloacas, gas, electricidad) que tal vez antes no eran imprescindibles. También ser dueños de una heladera eléctrica, una computadora con acceso a Internet o una radio y un televisor con recepción de las principales señales, entre otros bienes de consumo personal y familiar, hacen hoy a que una persona o familia tenga “lo elemental”. Aunque sea obvio, también vale señalar que una parte esencial de “tener lo elemental” es que todas las personas y las familias tengan acceso a bienes alimenticios – incluyendo los que se vayan a conservar en la heladera – en la cantidad, variedad y calidad requeridos para un consumo humano que asegure un desarrollo sano. Además, en este tiempo también es parte de “tener lo elemental” el acceso a un nivel educativo general y de alfabetización informática en particular que habilite a las personas para hacer un mejor uso de los recursos de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Otro ejemplo interesante lo brinda un producto tan prosaico como los pañales descartables, cuyo uso cada vez más generalizado liberó a los padres en general y sobre todo a las madres del esfuerzo que significaba lavar y reutilizar pañales de tela. Pero ese y otros muchos elementos que tuvieron y tienen el efecto positivo y la virtud de dotar de mayor libertad a las mujeres y facilitarles su creciente integración al trabajo y a otras actividades fuera del ámbito doméstico, en no pocos casos muestran la contratara de una disminución del tiempo y la calidad del vínculo materno-filial que, sobre todo cuando se verifica en los primeros años de vida de las criaturas, genera carencias y efectos deletéreos en la vida personal, familiar y comunitaria. Para matizar en forma debida estas críticas al hiperconsumo, vale reproducir lo que también dijo el presidente Mujica en la intervención mencionada al precisar que “no se trata de plantearnos volver a la época del hombre de las cavernas, ni de tener un “monumento al atraso” ya que, “si se paraliza el consumo, se detiene la economía y si se detiene la economía aparece el fantasma del estancamiento para cada uno de nosotros”. Un concepto similar fue expresado por S. S. Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate, cuya rica densidad justifica que la citemos más de una vez en este texto, donde advierte que “considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que retorna a su estado de naturaleza originario, son dos modos opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestra responsabilidad3”. De ahí que discrepemos con la actitud censurada por el dicho popular que critica “tirar al chico junto con el agua sucia de la bañera”, que es lo que hacen quienes condenan sin matices las graves distorsiones del “consumismo” y postulan un peligroso y dañino estancamiento de la economía y una inviable vuelta al pasado, al proponer que se renuncie a muchos de los eventos que trajo consigo la innovación científica y tecnológica. Por caso, la Argentina tiene grandes posibilidades todavía no explotadas para desarrollar una intensa producción minera cuya puesta en marcha podría aportar cuantiosos recursos y fuentes de trabajo que contribuyan a la prosperidad popular. Sería tan necio no aprovechar esas oportunidades por las objeciones del fundamentalismo ecologista, como no tomar los debidos recaudos que aseguren que la expansión de la minería se haga mediante procedimientos hoy disponibles que permiten preservar el ecosistema y evitar que la riqueza de hoy se convierta en la miseria de mañana. En suma y en síntesis, adaptarse a la época y vincularse al mundo no implica adoptar un comportamiento acrítico respecto de ciertas distorsiones que los cambios traen aparejados, caer en una sumisión apátrida respecto de lo de afuera o añorar un imposible retorno al pasado, sino promover un desarrollo sustentable, integrador e integral que es la alternativa realista y positiva a las falsas opciones del consumismo deformante y depredador y al inmovilismo de ucronías nostálgicas del “buen salvaje”. En esa perspectiva y para hacer realidad nuestro destino, los argentinos hemos de aportar al continentalismo y al universalismo abriéndonos a la vinculación y los aportes de todos los países del mundo, sin olvidar que la Argentina es el hogar, asumiendo esta definición de Charles Péguy que compartimos: “el nacionalismo es al patriotismo lo que la superstición a la fe religiosa”. Adaptación a la época y relación con el mundo Tenemos por cierto que la realización de las posibilidades potenciales de las personas y de las comunidades depende en gran medida de su aptitud para saber adaptarse a la cambiante evolución de sus entornos temporales y espaciales y así poder aprovechar las oportunidades y soslayar las amenazas que esa evolución conlleva. Esa adaptabilidad a la evolución, a su vez, es una de las condiciones necesarias para acrecer la cantidad y calidad de las relaciones con otros de las personas y las comunidades, que es una de las vías por las que sus potencialidades devienen actos y también una de las categorías del pensamiento estratégico de Juan Domingo Perón4, de quien nos consideramos discípulos. Perón explicaba que “todo proceso de gobierno acompaña una evolución (…) que se realiza sin necesidad de que nosotros la impulsemos y aún a pesar de lo que hagamos por detenerla. Hay una evolución natural y fatal”5. Esta definición del General que abarca la globalización, dato esencial de la era actual, puede vincularse con este texto de Benedicto XVI: “A veces se perciben actitudes fatalistas ante la globalización, como si las dinámicas que la producen procedieran de fuerzas anónimas e impersonales o de estructuras independientes de la voluntad humana. A este respecto, es bueno recordar que la globalización ha de entenderse ciertamente como un proceso socioeconómico, pero no es ésta su única dimensión. Tras este proceso más visible hay realmente una humanidad cada vez más interrelacionada; hay personas y pueblos para los que el proceso debe ser de utilidad y desarrollo, gracias a que tanto los individuos como la colectividad asumen sus respectivas responsabilidades. La superación de las fronteras no es sólo un hecho material, sino también cultural, en sus causas y en sus efectos. Cuando se entiende la globalización de manera determinista, se pierden los criterios para valorarla y orientarla. Es una realidad humana y puede ser fruto de diversas corrientes culturales que han de ser sometidas a un discernimiento. La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria”. En el sentido de lo planteado por el Papa, en el Mensaje que venimos citando Perón precisaba que “esa evolución puede ser considerada desde dos puntos de vista: sintiéndose uno un elemento del fatalismo evolutivo, vale decir, soportando la evolución, sufriéndola, o ejerciendo, diríamos así, una dirección de esa evolución, es decir, controlándola y equilibrándola, para que no sea uno juguete de ella sino un elemento que actúa dentro de esa evolución, en forma de controlarla en ciertos momentos y de dirigirla en otras, pero tratando siempre de equilibrarla”6. Así, a la vez que asume la evolución como un hecho ineluctable, Perón propone que los conflictos que ella va generando en la nación y en el mundo se aborden mediante la búsqueda de armonías y equilibrios en el servicio a los intereses permanentes de la Argentina y de los argentinos, que siempre y en todos los casos fueron la guía de sus ideas y de su acción, lo que evoca al conocido apotegma de Lord Palmerston según el cual “Inglaterra no tiene amigos ni enemigos permanentes, tiene intereses permanentes”. Esa búsqueda de armonías y equilibrios para adaptarse a la época y ampliar la calidad y cantidad de relaciones con el mundo en atención al servicio a los intereses permanentes de la patria y del pueblo, es un componente de la tercera posición justicialista que la sitúa tan distante de quienes aceptan someterse a ser meros instrumentos de la evolución y de los poderosos del mundo, cuanto de quienes proponen el vano intento de frenar la evolución y aislarse del mundo. En los claroscuros del mundo globalizado de hoy, un ejemplo ilustrador de lo que se viene diciendo es el tránsito que recorrió la República Popular China desde 1978 a hoy, que la condujo a pasar de la extemporaneidad y el aislamiento a la contemporaneidad y la integración al mundo, lo que resultó en que el pueblo y la Nación alcanzaran grandes logros. Por caso, según estimaciones recientes, en el período del llamado Gran Salto Adelante que fue uno de los picos de su extemporaneidad y aislamiento y se extendió entre 1958 y 1962, la población china se vio reducida en unos 76 millones de personas debido a que 36 millones de habitantes murieron de hambre y otros 40 millones no llegaron a nacer vivos, escenario dramático que se reiteró durante la denominada Revolución Cultural Proletaria, que se extendió entre 1966 y 1976. Para superar esa situación, en 1978 el Partido Comunista y el pueblo chinos adoptaron en pacífico consenso las reformas tendientes a adaptarse a la época y vincularse al mundo impulsadas por Deng Hsiao Ping, continuadas entre 1989 y 2002 por Jiang Zemin con su doctrina de las “tres representaciones”, a quien sucedió Hu Jintao quien planteó las consignas de construir una “sociedad armoniosa” y un “desarrollo pacífico” y que acaba de ser sucedido por Xi Jinping en la continuidad de ese rumbo, adecuado a las nuevas realidades en el servicio a los intereses permanentes de la Nación y del pueblo. La orientación que siguió China en los últimos 35 años le posibilitó pasar a ser la segunda economía mundial, terminar con las hambrunas que periódicamente condenaban a la muerte a millones de chinos y lograr que la población cuyos ingresos no pasaban de un dólar diario bajara del 84% en 1995, al 16% en 2005 y al 12% en 2010, lo que significó que unos 400 millones de chinos dejaran de ser pobres, no sólo por el aumento general del nivel de los ingresos populares, sino y sobre todo por un formidable proceso de inclusión social. Esa evolución llevó a que China, junto a la India y Brasil, hayan sido los determinantes en la reducción de la pobreza mundial que se registró en la primera década del siglo XXI. Por si fuera necesario aclararlo, es obvio que no creemos que el pueblo chino haya alcanzado la felicidad y sabemos, entre otras cosas, que vive en un régimen con gravísimas limitaciones a la libertad de las personas y en una realidad donde abundan las carencias y los problemas y tampoco consideramos que la grandeza de China sea un logro consolidado. Lo que sí nos parece evidente y conviene que sea tenido en cuenta, es que en las últimas décadas de adaptación a la evolución y apertura al mundo, creció la felicidad popular y la grandeza nacional de los chinos y de China respecto de la situación que vivían en su etapa de renuencia a reconocer la evolución y en la que permanecieron aislados del resto del planeta. De ahí que negar los cambios de la evolución y no adaptarse a ellos sea tan inútil como pararse de espaldas al sol para evitar que amanezca y que, así como es una verdad aceptada que “no es bueno que el hombre esté sólo”, también es cierto que no es bueno que los pueblos y las naciones estén o pretendan estar solos. Al fin y al cabo, la criatura humana, en cuanto ser de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales y cuanto más las vive de manera auténtica, más madura también en su propia identidad personal ya que el hombre no se valoriza aislado sino en relación con los otros y con Dios y esto vale también para los pueblos. Consolidar un desarrollo sustentable, integrador e integral A nuestro juicio, el núcleo de un proyecto nacional de vida en común que puede ser compartido por una muy amplia mayoría popular reside en consolidar un desarrollo sustentable, integrador e integral. Vale precisar que el desarrollo, aunque lo incluye, no se agota en el plano económico ya que ese concepto define un proceso de realización armónica y equilibrada de todas las potencialidades que abarcan las diversas facetas de las personas y de la cultura de la comunidad nacional. Por tanto, aunque sea casi imposible que haya desarrollo sin crecimiento económico, es posible y hasta frecuente que haya crecimiento económico sin que ello implique un verdadero desarrollo y la experiencia argentina de los últimos años es una prueba dolorosa de ello. El concepto de desarrollo alcanzó un grado de instalación en el lenguaje y la conciencia locales que cubre un espacio mucho más amplio que el abarcado por el “desarrollismo”, lo que no disminuye el valioso aporte a su difusión que hicieron Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Por nuestra parte asumimos la categoría de desarrollo anclados en el pensamiento estratégico de Perón, lo que nos lleva a extender su alcance a la amplia dimensión de la cultura en sentido antropológico, esto es, el modo histórico específico y concreto del habitar o del ser-estar de nuestro pueblo en el territorio, lo que abreva en el rico pensamiento de Rodolfo Kusch. En ese sentido entendemos que la economía es la disciplina que estudia las relaciones que se establecen entre las personas en los procesos de producción e intercambio de bienes y servicios y por ende la realidad económica es parte de la cultura que determina la forma específica en la que se establecen esas relaciones interpersonales en cada comunidad nacional. Así lo veía Adam Smith, creador de la economía moderna, quien era profesor de Moral (costumbres) en la Universidad de Edimburgo y también Gary Becker7, distinguido con el premio Nóbel de Economía en 1992 por investigaciones que, entre otros elementos, desarrollaron la noción del papel central de la familia en general y de la madre en especial para la consolidación del capital humano, ya que es la familia y la madre las que forman la personalidad del niño que ahí aprende el sentido de la iniciativa, la responsabilidad, la solidaridad, etc. A su turno Amartya Sen8 mereció el premio Nobel de Economía de 1998 por su obra que arrojó nueva luz sobre la pobreza que, según demostró, debe medirse tomando en cuenta no sólo el ingreso sino también la escolaridad, la facilidad para acceder a la atención médica, a reformas agrarias y fiscales, etc. y quien ratificó la estrecha relación que existe entre economía, política y cultura. Desde esta perspectiva – más amplia y verdadera que las economicistas o tecnócratas – el desarrollo es también una categoría apropiada para abordar las múltiples facetas que componen nuestro modo de ser americanos, resultado de un mestizaje más vasto que el étnico y que adquiere características especiales en la Argentina ya que aquí, a los criollos surgidos de la mezcla de aborígenes e hispanos, se sumó la de estos con la rica y variopinta inmigración europea que, entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, vino a conformar aquí un nuevo pueblo, dotado de una nueva cultura. En tal sentido es posible apelar al parámetro del desarrollo para analizar períodos históricos previos a las décadas de 1950/60, que es cuando esa categoría se instaló en las ciencias sociales. Por lo demás, para acentuar mejor nuestra noción acerca del desarrollo y el sentido abarcador que damos a ese concepto, lo connotamos con tres características: sustentabilidad, integración e integralidad. Decimos que el desarrollo es sustentable en el espacio en la medida en que evite, prevenga y repare eventuales daños al ambiente humano y lo es en el tiempo en tanto sus logros no se agoten en el corto plazo y sirvan a la justicia intergeneracional. El desarrollo será integrador en lo económico por su aptitud para alcanzar niveles adecuados de productividad y competitividad en la plena realización de todas nuestras abundantes ventajas comparativas; en lo social por asegurar la justa distribución de sus frutos entre todos los sectores de la comunidad; en lo territorial por promover el aprovechamiento de todas las oportunidades que existen en la Argentina profunda y revertir las monstruosas deformidades de nuestra realidad demográfica; en lo institucional al fortalecer a la llamada sociedad civil mediante la expansión, consolidación e intervención activa en el sistema de toma de decisiones del Estado en todos sus niveles de la vasta red que componen las organizaciones libres del pueblo e impulsar un sistema de efectiva representatividad institucional mediante la repotenciación de los partidos políticos. Por fin, el desarrollo integral posibilita un despliegue armónico y equilibrado de las múltiples facetas de la condición humana, de sus valores y creencias forjados en las relaciones interpersonales que se dan en la vida familiar y el ejercicio de la amistad aún vigentes en nuestra cultura. En palabras de S. S. Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio esa integralidad significa que “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. La verdad del desarrollo consiste en esa totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es el verdadero desarrollo humano que impulsa a los hombres a hacer, conocer y tener más, para ser más. Visto así ese desarrollo sustentable, integrador e integral posibilita y requiere la vigencia de la justicia social, la libertad económica y la soberanía política, banderas históricas del Justicialismo que son hoy compartidas por la mayoría de los argentinos, sea cual fuere su identidad política. Restaurar el Patriotismo y la Unión Nacional Para crear condiciones que nos acerquen a ser un pueblo feliz en una patria grande, quien asuma la Presidencia de la Nación en reemplazo de Cristina Fernández de Kirchner se verá ante complejos desafíos y severas asignaturas pendientes en todos los terrenos y para poder afrontarlos con éxito se requiere partir de un diagnóstico tan real y preciso como sea posible para su adecuado tratamiento. Un primer desafío para quienes pasen a conducir el gobierno del Estado será recomponer la amistad entre los argentinos y lograr que tengamos conciencia del sentido trascendente que tiene el hecho de que este territorio bendecido por Dios en el que vivimos, sea nuestra Patria común. Postulamos traer a la realidad del 2013 la iniciativa de 1974 de Perón contenida en su propuesta de formular, convenir y poner en marcha un modelo argentino de proyecto nacional que exprese lo que los argentinos tenemos que hacer para ser lo que queremos ser. Del texto explícito del Modelo de proyecto nacional legado por Perón y más en general de la pedagogía que se desprende de todo su pensamiento y acción pública, se deduce que ese proyecto no es tarea de tecnócratas que diseñan el futuro de la Patria y de quienes vivimos en ella con la perspectiva de un entomólogo frente al insecto que estudia. De lo que se trata es de elaborar un rumbo estratégico, una visión de mediano y largo plazo que guíe el destino de la Argentina por varias generaciones en las nuevas condiciones del siglo XXI, que exprese los atributos de la sociedad a construir, los medios para alcanzarlos y una distribución social de responsabilidades para hacerlo, todo lo cual, en palabras de Perón, ha de “lograrse haciendo converger lo que los intelectuales formulen, lo que el país quiera y lo que resulte posible realizar”9. En esa convergencia parece más sencillo concretar la formulación de los intelectuales y hasta tener en claro lo que resulta posible realizar, que expresar lo que el pueblo (el país) quiere sobre todo porque, como lo expresamos en el análisis de la realidad cultural que abordamos en la segunda parte de este material, vastos segmentos de ese pueblo se vieron degradados a la condición de masa y por tanto no parecen estar en condiciones de expresar lo que el pueblo quiere. Como fuere, para hacer realidad la formulación y puesta en marcha de ese proyecto nacional estratégico, entre otras condiciones, hemos de estar dispuestos a preparar la tierra, implantar la semilla, regarla y abonarla, aún sabiendo que tal vez no seamos nosotros quienes van a consumir los frutos, tal como lo hicieron quienes nos legaron esta Patria que todavía no tiene la prosperidad y la paz que nos debemos. Al fin y al cabo, el desafío es tornar real y cotidiano aquello de que “para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino”. Ni más, ni menos. Lo que no significa que todos los argentinos debamos pensar y actuar igual. Todo lo contrario. La clave es aceptar que el otro, que tiene ideas y propone acciones diferentes y hasta contrarias a las mías, es mi compatriota y por esa condición es mi amigo, con lo que esas diferencias que existen entre nosotros son valores desde los que podemos construir una unidad en la diversidad, que nada tiene que ver con una monótona uniformidad. Se trata de revivir en el presente, aunque en una dimensión menos heroica y sacrificada, la conciencia patriótica que hizo que nuestros antepasados fueran capaces de protagonizar hazañas colectivas como los éxodos jujeño y oriental o el cruce de Los Andes. Es cierto que entre nuestros dirigentes actuales ninguno se acerca siquiera a la estatura de conductores que tenían Manuel Belgrano, José Artigas o José de San Martín. Pero también vale tener por cierto que las criollas y criollos que los siguieron en la loca proeza a la que convocaban esos líderes, en un sentido esencial eran iguales al pueblo argentino de hoy. Y es seguro que entre los jujeños o los orientales que protagonizaron los éxodos que les propusieron Belgrano y Artigas o entre los patriotas que se alistaron con San Martín, había disensiones y diferencias que, mutatis mutandi, podrían ser equivalentes a las que nos separan a los argentinos de hoy. Sin embargo, unidos en el patriotismo, pudieron hacer lo que hicieron. Más cerca en el tiempo, quienes componían la clase dirigente de 1880 convergieron en concretar el proyecto de construir una nueva Argentina moderna, potente y grande que se expresaba en la Constitución Nacional de 1853/60 y fueron una generación de amigos, a pesar de las diferencias de concepción que había entre ellos. Por dar un ejemplo de los muchos posibles, Eduardo Wilde y José Manuel Estrada – partícipes ambos de aquella generación – discrepaban y polemizaban acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, pero la intensidad de esas visiones diferentes no les impedía ser amigos y reconocer el mutuo patriotismo que les animaba. Otro ejemplo de unidad patriótica en la diversidad conceptual reside en la historia de la vida ad intra del peronismo entre 1955 y 1973. Sin mengua de diferentes y divergentes interpretaciones acerca de la identidad del peronismo y de su orientación, casi todos los que participamos en el Movimiento en aquellos años coincidíamos en tres nociones fundantes, aunque las asumíamos desde perspectivas distintas: la defensa de la Patria, la adhesión a Perón y la noción de que para un peronista no había nada mejor que otro peronista. Una anécdota ilustra esa experiencia. A mediados de los años ´60, por instrucciones expresas de Augusto Vandor, el por entonces tesorero de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), Lorenzo Miguel, entregaba dinero a militantes de la Juventud Peronista para financiar sus posiciones ortodoxas y verticalistas que rechazaban toda posibilidad de un peronismo sin Perón. Esto es, el peronista Vandor pagaba los volantes que lo atacaban y que difundían militantes del peronismo antivandorista. Cierto es que esa unidad en la diversidad era posible merced a la modalidad de conducción de Perón. Ese espíritu también rigió en el peronismo después de la derrota electoral de 1983, cuando se incubó y se desplegó la disputa entre la “ortodoxia” y la “renovación” que se cerró con las elecciones internas de 1988, en las que las precandidaturas de Carlos Menem y Eduardo Duhalde se impusieron sobre las de Antonio Cafiero y José Manuel de la Sota. Fue así que la fórmula justicialista que se presentó en la elección general tuvo el pleno apoyo de los que habían sido vencidos en las internas, quienes se integraron al gobierno que presidió Menem desde 1989 a 1999. Lo dicho no niega u oculta las divisiones entre los argentinos que signaron nuestra historia y cuya violencia llegó a expresarse en guerras civiles abiertas o encubiertas. Esos desencuentros internos, que tanto incidieron en frustrar nuestras posibilidades de realización de la felicidad popular y la grandeza nacional, fueron acertadamente descriptos en La Argentina Inconclusa10, libro del que es autor nuestro compañero y amigo Archibaldo Lanús, al que consideramos de lectura indispensable. Sin embargo, cuando se restauró entre nosotros el modo democrático de elección de los gobernantes, en las décadas de 1980 y 1990 las contradicciones antagónicas entre los argentinos tendieron a atenuarse. Así el enfrentamiento entre peronistas y antiperonistas que fue la polarización principal entre nosotros durante décadas, perdió virulencia y dejó de expresarse en hechos de violencia, a lo que contribuyeron, entre otros, los siguientes hechos: La huella que pudo haber dejado en la conciencia social el ejemplo de la reconciliación de Perón y Balbín. Todos los sectores de la sociedad argentina admitieron la legitimidad de que el peronismo acceda al gobierno si así lo decide la mayoría popular en elecciones libres y sin proscripciones. En 1983 y 1999 el peronismo asumió no ser la mayoría electoral y aceptó que accediera al gobierno otra corriente política, como sucedió en 1983 y en 1999. En 1991 la derrota del alzamiento de Mohamed Seineldin contra el gobierno constitucional que presidía Carlos Menem puso fin a la intervención protagónica de las Fuerzas Armadas para dirimir conflictos internos, una constante de toda nuestra historia desde 1810 hasta el alzamiento de los “carapintadas”. Ese clima de relativa pacificación y unión nacional cambió en forma abrupta y brutal con el estallido de la profunda crisis del 2001, agravada y no atenuada por las medidas adoptadas ante ella por el gobierno que presidía Fernando De la Rúa, cuyo más dramático resultado fueron los manifestantes muertos por la represión policial que enfrentó a las multitudinarias protestas que se volcaron a las calles de las ciudades argentinas, condujo a la renuncia de los gobernantes que habían sido electos en 1999 y abrió una grave crisis política. El gobierno provisional que presidió Eduardo Duhalde supo remontar los efectos materiales más deletéreos de la crisis y el programa que puso en marcha Roberto Lavagna posibilitó reencauzar la economía hacia un crecimiento que alivió las dramáticas situaciones sociales que se daban a fines de 2001. Pero la irrupción de la crisis causó una severa erosión de la confianza de los dirigidos hacia los dirigentes y más en general de la confianza de los argentinos en sí mismos y en la Patria, consecuencia dañina más persistente que las expresiones económicas del cataclismo. De ahí que el trámite y el resultado de las elecciones presidenciales del 2003 hayan sido muy diferentes de los que se registraron en los comicios de 1983, 1989, 1995 y 1999, en los que quienes resultaron electos (Alfonsín, Menem en dos oportunidades y De la Rúa) accedieron a la Presidencia de la Nación con una fuerte legitimidad de origen dadas las claras opciones políticas que se presentaron a los votantes en esos cuatro comicios y la nítida mayoría que tuvieron los candidatos ganadores en cada uno de ellos. En contraste, en las elecciones presidenciales de 2003 se presentaron ante los ciudadanos tres candidatos diferentes del justicialismo (Menem, Adolfo Rodríguez Sa y Néstor Kirchner), otros tres del radicalismo (Elisa Carrió, Ricardo López Murphy y Leopoldo Moreau) y otras doce candidaturas situadas, por así decirlo, a la izquierda y a la derecha de las dos principales corrientes políticas de la Argentina. El resultado esos comicios fue que los tres candidatos que se asumían peronistas acumularon casi el 61% de los votos (24,45% de Menem, 22,24% de Kirchner y 14,11% de Rodríguez Sa), los tres surgidos del radicalismo sumaron casi un 33% (16,37% de López Murphy, 14,05% de Carrió y 2,34% de Moreau) y los otros doce candidatos apenas obtuvieron algo más del 6% (la más votada fue Patricia Walsh de Izquierda Unida, con apenas el 1,72% de los sufragios), resultando electo Kirchner, quien se había ubicado detrás de Menem, el más votado. Esa dispersión de candidaturas reflejó el estallido que generó la crisis ad intra de los partidos políticos, en los que casi dejó de existir la unidad de concepción entre sus miembros y ya no tuvo vigencia real el derecho de los afiliados a decidir la línea política partidaria y a elegir sus dirigentes y candidatos mediante el voto libre y directo. Al asumir la Presidencia, para superar su débil legitimidad de origen – debida, sobre todo, al escaso porcentaje de los votos que lo llevaron a la Casa Rosada - y construir el fuerte poder personal que llegó a acumular, Néstor Kirchner recurrió a tratar de ganarse el apoyo de la opinión pública mediante la asociación con los medios de comunicación (la autorización al grupo Clarín para la fusión de Multicanal y Cablevisión es un ejemplo de ello) que difundía con amplitud un relato “setentista” falaz, que expresaba un “progresismo derechohumanista”. También estableció alianzas con el movimiento obrero organizado expresado por la CGT conducida por Hugo Moyano, lo que fue posible por el restablecimiento del nivel de empleo y la convocatoria a paritarias que dispusieron alzas de salarios y la vía libre al uso de recursos financieros para sostener las obras sociales sindicales. Una tercera vía de construcción de poder fue el control que pasó a ejercer sobre gobernadores, intendentes y dirigentes políticos territoriales, sobre todo del justicialismo aunque también del radicalismo y otras corrientes de la “transversalidad”, mediante un uso concentrado e impúdico de una caja cada vez más robusta de fondos públicos que funcionó para disciplinar a esos dirigentes en un oficialismo acrítico. Las derrotas que sufrió el kirchnerismo en su enfrentamiento con la Argentina interior de 2008 y en las elecciones legislativas de 2009, condujeron a que se acentuara el nuevo talante que signa a la gestión de Cristina Fernández de Kirchner que registra modificaciones sustanciales respecto al modelo de acumulación de poder de su esposo y predecesor. La alianza del gobierno con el movimiento obrero entró en crisis en 2012, cuando la inflación erosionó al salario y la baja inversión al nivel de empleo, lo que condujo a que la CGT y Hugo Moyano rechazaran el ajuste con el que CFK pretende cargar sobre las espaldas de los asalariados las limitaciones impuestas por la realidad que probó, una vez más, que en materia de política económica se puede hacer cualquier cosa, menos evitar las consecuencias de lo que se haga. Al deterioro de la transversalidad que se reflejó en el voto en el Senado y la actitud política adoptada por el vicepresidente Julio Cobos, se añadió el distanciamiento con los mandatarios provinciales en general y con los del justicialismo en particular (los casos más destacados son el cordobés José Manuel de la Sota y el bonaerense Daniel Scioli) por la brutal centralización unitaria de los recursos públicos y con los intendentes y dirigentes territoriales del peronismo por la preferencia presidencial que apoya a los fundamentalistas del cristinismo en desmedro de los cuadros del justicialismo. El efecto fue la acentuación por parte de CFK del clima interno de discordia que ya estimulaba su difunto esposo, con la aplicación de una dialéctica de amigo/enemigo que incide en el comportamiento de los segmentos más activos de la sociedad, quienes dejaron de ver en el otro que piensa diferente al interlocutor de un diálogo de mutuo enriquecimiento y tienden a denigrarlo como a un enemigo al que pretenden aniquilar, es decir, reducir a la nada. Las tensiones y desencuentros estimulados por el relato falaz que desde el 2003 hasta hoy se difundió desde la cúpula del poder político, se solapó con la tendencia a la fugacidad de los vínculos, los compromisos y las identidades, características de esta nueva época del mundo en la que tienden a primar lo efímero, volátil e instantáneo sobre lo constante, sólido y trascendente y en la que el sentido de la vida se difumina. El resultado es una Argentina crispada por enfrentamientos, cruces de reproches y acusaciones empobrecedoras del diálogo entre los argentinos, que llegan al extremo de suscitar rupturas entre amigos y familiares y no ayudan a establecer con los otros relaciones sanas y de crecimiento mutuo desde un discernimiento claro y sólido de la propia identidad conducente a asumir compromisos múltiples, firmes y duraderos de vinculación. Ese clima es un grave obstáculo para que desde nuestra inevitable convivencia en este bendito territorio construyamos un destino común en lo universal, mediante la formulación, la concertación y la puesta en marcha de un proyecto nacional. Reconstruir el Estado ad extra y ad intra Así como es imperativo volver a la unión nacional, será preciso reconstruir el Estado en los niveles nacional, provincial y municipal de cuya gestión cotidiana se haga cargo una burocracia estable cuyos integrantes ingresen y asciendan en ella por méritos y estén dotados de adecuados niveles de profesionalidad, eficiencia y eficacia para que sean capaces de proveer servicios de calidad y en cantidad adecuados a la sociedad y. En ese sentido y ad intra del Estado, se impone terminar con el procedimiento adoptado por todos los gobiernos de usar al empleo público para disimular el nivel real de desocupación en la economía privada. De tal manera el gasto público en personal crece en forma desmedida y en no pocos casos insostenible por el aumento de empleos regulares e irregulares (contratos de locación de servicios, sistemas de tercerización, etc.) que no responde a las necesidades reales para cumplir con las funciones propias del sector público y cuyo nivel de formación y capacitación distan de ser los adecuados para la debida prestación de los servicios estatales. Es régimen viciado debe reemplazarse por un sistema de estricto cumplimiento por el cual la incorporación de personal a la plantilla del Estado se realice con la previa, clara y explícita asignación de misión y funciones y mediante procedimientos de selección por concursos de oposición y antecedentes rigurosos, transparentes y sometidos a controles externos, así como un régimen de ascensos en el escalafón basado en méritos objetivos en el desempeño. El objetivo ha de ser formar y consolidar equipos técnicos eficientes y eficaces, dotados de las específicas aptitudes profesionales requeridas para el buen desempeño en las diversas áreas y niveles del Estado, cuyos integrantes actúen con efectivo espíritu de servidores públicos (lo que implica, en primer término, la voluntad de servir al pueblo y no servirse de él), estén dotados de un régimen de estabilidad y perciban remuneraciones adecuadas, para poner fin a aquello de “nosotros hacemos como que trabajamos y ellos hacen como que nos pagan”, que es lo que sucede hoy con buena parte del empleo público. Así se consolidaría una burocracia estatal en el sentido “weberiano” del concepto, que deberá estar sometida a los sistemas de control social e institucional que designa la palabra inglesa accountability, a la que traduciríamos como “rendición de cuentas” y que evoca el denominado “juicio de residencia” al que eran sometidos los funcionarios de la Corona española al dejar sus cargos. En la relación ad extra del sector público con los ciudadanos o la sociedad civil, creemos que una tarea central de quienes sucedan al actual gobierno será lograr que se brinden en adecuadas condiciones de calidad y cantidad los servicios de seguridad, justicia, educación, salud, vivienda, energía, transportes, infraestructura vial, comunicaciones, etc. en lo que corresponde al Estado en sus niveles nacional, provincial y municipal, en tanto el acceso a tales servicios hace a la promoción y defensa de la vigencia efectiva de los esenciales derechos humanos a la vida, a la libertad y a la propiedad de las personas. Buenos Aires, enero 2013 (CONTINÚA) Parte II: Diagnóstico y Tratamiento de la Realidad Nacional 1.Área cultural / 2.Área social / 3.Área institucional / 4.Área económica / 5.Área demográfica / 6.Área de seguridad y defensa / 7.Área de integración NOTAS 1 Para un análisis más detallado de la demanda y la oferta de alimentos ver: Víctor Lapegna, Industrializar la ruralidad para promover un desarrollo sustentable e integrador, en Emprendedores en red. El asociativismo productivo y el desarrollo rural, Corregidor, 2012 2 La hermenéutica puede definirse como el procedimiento que busca explicar las relaciones que vinculan a un hecho con el contexto en el que acontece. 3 Benedicto XVI, Caritas in Veritate, Ediciones Paulinas, 2009 4 Jorge Castro, La Visión Estratégica de Juan Domingo Perón, Distal, 2012 5 Juan Domingo Perón, Discurso en la Cámara de Diputados de la Nación, 1 de diciembre de 1952 6 Ibid. 7 Gary Becker, Tratado sobre la familia, Alianza, 1987 y El capital humano, Alianza, 1983 8 Amartya Sen, La idea de la justicia, Taurus, 2010 9 Juan D. Perón, El Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Ediciones del Modelo Argentino, 1974 10 Archibaldo Lanús, La Argentina Inconclusa, Editorial El Ateneo, 2012 ______________ Diagnóstico y Tratamiento de la Realidad Nacional Aunque la elaboración de un diagnóstico de los diversos aspectos que componen la realidad nacional, sus vínculos con el mundo de hoy y de un programa acorde a ese diagnóstico, excede nuestras capacidades y posibilidades, quisimos exponer lo que no pretende ser más que el esbozo de algunas líneas esenciales de ese diagnóstico y tratamiento de la realidad nacional, a la que dividimos en siete áreas sólo diferenciadas a efectos del análisis, ya que en la “realidad real” todas ellas están unidas y son interdependientes. 1. Área cultural Creemos que una de las causas principales de los problemas culturales que afrontamos los argentinos de este tiempo es el severo deterioro de la cultura del trabajo, que tiene dimensiones ontológicas y gnoseológicas en la formación de las personas y de la comunidad que van mucho más allá de su mera función económica. A nuestro juicio, el trabajo no es sólo lo que hacemos sino que también determina lo que somos y como lo somos, dado que mediante nuestro trabajo establecemos nuestra forma específica de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos, con las demás personas y con la naturaleza y la realidad objetiva, que son las cuatro dimensiones vinculares que definen nuestro ser y nuestro conocer. En la 5ª de las 20 Verdades del Justicialismo se afirma que “el trabajo es un derecho que crea la dignidad del hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume” y el deterioro e incluso la ruptura de la cultura del trabajo que se produjo entre nosotros sobre todo en las últimas cuatro décadas, causó severos daños en las personas y en la comunidad nacional. La pérdida de los hábitos propios de la cultura del trabajo tuvo efectos deletéreos sobre la autovaloración de las personas que, al dejar de amarse y respetarse a sí mismas, mal pueden amar y respetar al prójimo, que es el otro cercano. También afectó en forma severa la trama de la organización social comunitaria que, en buena medida, se basa en el trabajo. Afectó a la familia, que es el núcleo de la comunidad organizada, dado que las carencias materiales y espirituales derivadas de la falta de trabajo determinaron que se desdibujen los roles del padre, de la madre y hasta de los hijos. Y dañó a las organizaciones sindicales en la medida del subsistente desempleo y subempleo y del aumento exponencial del trabajo irregular o “negro”, que hoy involucra a más de un tercio de la fuerza laboral, quienes carece de toda cobertura previsional, de salud o de defensa de sus derechos en el contrato de trabajo. Además, la carencia de trabajo y la pérdida de la cultura que le es propia, extendida durante varias generaciones, oscureció en las conciencias el sentido de la vida y acentuó el viejo vicio argentino de comportarnos como rentistas que se benefician de la generosidad con la que Dios dotó a nuestro territorio, antes que a actuar como cooperadores del Señor en el despliegue de su creación. “Si no trabajás no vivís”. Esta síntesis dramática y precisa del sentido profundo del trabajo la brinda la frase de un adolescente de entre 15 y 19 años que no trabaja ni estudia y con estudios medios incompletos, citada en “Futuros Inciertos – Informe sobre vulnerabilidad, precariedad y desafiliación de los jóvenes en el conurbano bonaerense”, un libro de reciente publicación de Guillermo Pérez Sosto y Mariel Romero1, de lectura imprescindible para tratar de entender la densa realidad que representan los alrededor de 2 millones de adolescentes y jóvenes argentinos a los que se designa “ni-ni”, en tanto ni trabajan ni estudian. El deterioro del trabajo adquiere especial gravedad en la era actual dado que una de las características de la llamada sociedad del conocimiento es que, entre los factores productivos, se verifica la creciente primacía del capital humano sobre el capital físico y el capital financiero y el trabajo es el medio esencial de acumulación de recursos para ese capital humano o capital social, según lo designa el economista italiano Stefano Zamagni2. Ese efecto disgregador del retroceso del trabajo como núcleo de la organización social se solapó con el relativismo que se extiende aquí y en toda la cultura del mundo actual y lleva a que las identidades, las relaciones y las convicciones tiendan a ser efímeras, cambiantes o líquidas según el concepto de Zigmunt Bauman3 que alude a la inconsistencia de la realidad en la sociedad posmoderna. Otro fenómeno actual, que a nuestro juicio distorsiona la cultura comunitaria, es la difuminación en la conciencia colectiva de la diferencia entre necesidad y deseo. Esa distinción está presente en lo que en los estudios sociales se designa con los términos “necesidades básicas”, que aluden a los bienes que hacen a una vida digna (alimentación, vivienda, vestimenta, salud, educación, recreación) y es por eso que las personas con NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas) son las que no tienen acceso a esos bienes y por ello no pueden vivir en dignidad. Pese a que no existen índices que midan los deseos insatisfechos, las crecientes tendencias hedonistas que en la cultura contemporánea inciden en la conciencia de todos los sectores de la sociedad, al tender a identificar deseo y necesidad, generan tensiones y conflictos, dado que los deseos son vividos como necesidades que, en muchos casos, no pueden ni necesariamente deben ser satisfechos. En esa crisis vital del trabajo y sus múltiples consecuencias, la difuminación en las conciencias de la separación entre necesidad y deseo y la ausencia de sentido – que se dan con especial fuerza en los grandes centros urbanos de nuestro país - percibimos algunas de las causas profundas de la masificación, sobre todo entre los jóvenes, del consumo en muchos casos adictivo de drogas prohibidas (marihuana, cocaína, paco, psicofármacos, etc.) y del crecimiento del negocio de producción, tráfico y comercialización de esas sustancias, que se convirtieron en datos centrales de la cultura social argentina de hoy. Escapa a las posibilidades de este texto el análisis a fondo y pormenorizado de los efectos deletéreos graves, múltiples y diversos de esa subcultura del consumo y el negocio de drogas prohibidas, que afectan todos los planos de la vida de la comunidad nacional. Pero creemos necesario mencionar algunos de esos efectos, dado su peso e incidencia en la situación general del país. El ejemplo tal vez más obvio es el de la denominada inseguridad, que tanto afecta a la vida y la libertad de las personas. El aumento del delito y de la violencia a él asociada, amén de muchas otras causas, tiene una evidente y directa relación con la proliferación del consumo y el negocio de las drogas prohibidas. Pero la combinación del deterioro de la cultura del trabajo con la subcultura de la droga, que involucra a varios millones de habitantes (¿2, 5, 15 millones de personas?) incide también en la importancia relativa creciente que tienen quienes el marxismo llamaba “lumpenproletarios” en los conflictos que suelen suscitarse a la hora de dirimir la toma de decisiones. Esos sectores sociales, que hasta no hace mucho tiempo eran entre nosotros un segmento marginal, en las últimas décadas alcanzaron un mayor peso cuantitativo que los tornó en una apetecible clientela en procesos electorales (en los comicios nacionales pueden llegar a representar entre el 20 y el 30 por ciento del total de los votos emitidos y su peso relativo aumenta en el gigantesco conurbano bonaerense), actos, movilizaciones y medidas de acción directa. Las carencias de todo tipo (organizativas, laborales, económicas, educativas, sanitarias, habitacionales, relacionales, afectivas, etc.) a las que esos sectores sociales se vieron sometidos durante varias generaciones condujeron a deteriorar sus escalas de valores y a modificar su sentido del tiempo, ya que la ineludible prioridad de sobrevivir en el presente hacen que se desdibujen las referencias del pasado y se anulen los proyectos de un futuro de mediano y largo plazo. A esa crisis de la dimensión temporal de la existencia se añade el desarraigo espacial dado por el hecho de que muchas de las personas y familias de esos segmentos sociales excluidos son migrantes internos, procedentes de ámbitos rurales o pequeñas localidades sobre todo el Noreste y el Noroeste, quienes se radicaron en la periferia de las grandes ciudades. La ablación del sentido del tiempo – tornado en un constante presente de urgencias – y el desarraigo espacial que no sólo implica el alejamiento del terruño, sino también el daño al territorio internalizado en el alma, son causa de una grave desculturización de muchos de esos excluidos que daña su “estar-siendo”, útil categoría ontológica del hombre en América que desarrolló Rodolfo Kush4. En términos peronistas podría decirse que estos sectores sociales son segmentos del pueblo que fueron degradados a la condición de masa, sobre todo por la ruptura de sus relaciones orgánicas, que eran una condición necesaria para ejercer la libertad. Frente a esos y otros desafíos que presenta la realidad en este plano, quienes vayan a asumir el gobierno del Estado bien harían en buscar consensos con las diversas expresiones de la comunidad organizada para reconstruir algunos valores y creencias esenciales de nuestra cultura, como el respeto a la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Por fin, coincidimos con nuestro compañero y amigo Jorge Castro cuando expresa que “la gran disyuntiva de nuestra época es entre el secularismo radical de la sociedad de la técnica, por un lado, y la pregunta por Dios, por el otro5” y que “el conflicto de la época es hoy entre la fe y la secularización; el terreno en disputa se refiere a los fundamentos – o a su carencia – de la sociedad mundial surgida de la post crisis global 2008/2009. Este es el contenido de la política planetaria en el siglo XXI en la que está en juego, no el poder, sino los valores6”. La disyuntiva y el conflicto que Castro plantea para el mundo está también presente en la Argentina de hoy, donde lo que está en juego, más que el poder, es la vigencia de valores que se expresen en la práctica de virtudes por parte de todo el pueblo, pero en especial por quienes ocupen posiciones dirigentes. 2. Área social Las investigaciones del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) y otros centros de estudios similares suplen las deficiencias del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y permiten disponer de diagnósticos válidos acerca de la situación social de la Argentina a los que remitimos y que nos eximen de hacer aquí una descripción más detallada del tema. Lo que consideramos necesario subrayar es que resulta una pobre apreciación sobre la pobreza la que supone que sólo consiste en la carencia de recursos materiales que hacen a una vida digna. Por cierto, es urgente y necesario que las familias y las personas que están en situación de pobreza e indigencia accedan a los recursos materiales para poder cubrir sus “necesidades básicas insatisfechas”. Pero de lo que se trata es lograr que esas familias y personas dejen de ser pobres o indigentes, se integren en plenitud a la comunidad nacional y ejerzan en forma efectiva todos sus derechos y deberes, por lo que no basta con acercarles una ayuda asistencial desde el Estado mediante diversos subsidios, que más mal que bien buscan cubrir sus carencias más dramáticas. Esa asistencia, eje principal de las denominadas “políticas sociales” que se aplican en nuestro país, es un paliativo necesario para aliviar los síntomas más severos de la pobreza y la indigencia. Pero hay que reiterar que ayudar a los pobres no equivale a reducir la pobreza, que es lo que debe hacerse. En tal sentido vale considerar el ejemplo del Estado de Justicia Social que se construyó en la Argentina entre 1946 y 1955, durante las dos primeras Presidencias de Juan Domingo Perón, cuyos dos pilares principales fueron el pleno empleo y salarios de nivel tal que aún los más bajos permitían que con el 40 por ciento del total una familia tipo pudiera comprar los alimentos y destinar el 60 por ciento restante a la educación, la salud, la vestimenta y la recreación. La asistencia social era el complemento con el que se atendía a los segmentos que no estaban abarcados por la justicia social basada en el pleno empleo y los buenos salarios – ancianos, niños, sectores marginados, etc. – a los cuales se llegaba con la ayuda que brindaba en parte el Estado y sobre todo la Fundación Eva Perón, organización no gubernamental cuyos fondos no procedían del presupuesto público y cuya administración transparente y eficaz superó la prueba de las brutales investigaciones a la que fue sometida después de setiembre de 1955. Sin incurrir en la falacia desmesurada de pretender describir a la Argentina de esa década como el paraíso terrenal, los datos objetivos y verificables confirman lo que dijimos más arriba y no es imposible restaurar en el siglo XXI las condiciones que permitieron que en aquellos años el pueblo fuera feliz en una Patria grande, realidad que se mantuvo en la memoria colectiva y explica en buena medida que, pasados 57 años desde entonces, las mayorías populares sigan asumiendo al peronismo como su identidad política. Por lo demás, quienes tienen “necesidades básicas insatisfechas” no son los únicos pobres de la Argentina. También puede considerarse que en cierta medida son pobres quienes teniendo sus necesidades básicas satisfechas, se desempeñan en empleos irregulares y por ello carecen de cobertura previsional y de salud, lo que abarca a alrededor de un tercio de la Población Económicamente Activa (PEA). O quienes para satisfacer sus necesidades básicas deben trabajar doce o más horas, quitándole tiempo a su vida con la familia, con los amigos, consigo mismo. O aquellos que satisfacen sus necesidades básicas mediante la comisión de delitos, que en la jerga carcelaria se llaman “trabajos”. O quienes tienen ingresos con los que cubren, incluso con holgura, sus necesidades materiales pero no encuentran un sentido trascendente para sus vidas. Por fin, una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad y todas las otras pobrezas, incluidas las materiales, en gran medida nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad para amar. Para combatir la pobreza material y restaurar la justicia social sería preciso avanzar hacia el logro de dos objetivos simultáneos: asegurar a todos los integrantes de la PEA la posibilidad de tener un trabajo y un salario dignos y garantizar a todas las personas la posibilidad de acceder, permanecer y egresar de un sistema educativo de calidad y pertinencia y la posibilidad de su formación en valores mediante el fortalecimiento del rol educativo de la familia. Somos conscientes que enunciar en general esos objetivos es sencillo, pero que es muy complejo traducirlos en planes, programas y medidas concretas que se apliquen durante todo el tiempo que sea necesario. No obstante, creemos que sería un gran avance que quienes pasen a gobernar el Estado adopten la explícita voluntad política de priorizar esos objetivos esenciales para atender la situación social y que buscaran construir amplios consensos respecto de los planes, programas y medidas para alcanzarlos. Por lo demás, los hechos muestran que en lo que va del siglo XXI en el mundo se alcanzaron avances muy importantes en relación a la situación social. Es cierto que los extraordinarios avances de las tecnologías de la comunicación y la información llevaron a que muchos de los pobres del mundo pudieran percibir en directo la magnitud brutal de la disparidad entre sus condiciones de vida y las de los ricos del planeta. Pero esa percepción y la justificada disconformidad que ella produce, no invalida el hecho de la importante mejora de las condiciones de vida de muchos millones de personas y familias en los denominados países emergentes. Ya se mencionó el caso de la República Popular China y a ello debe añadirse que un proceso similar se produjo en la India, en países del sudeste asiático como Indonesia, Corea o Vietnam y en nuestro continente destaca el ejemplo de Brasil donde millones de personas ascendieron de la pobreza a la clase media. Esas mejorías no deben llevar a subestimar la acentuación de la desigualdad relativa en los niveles de ingresos de los diversos sectores de la población, la pobreza y miseria que siguen afectando a millones de personas, la crisis del llamado Estado de Bienestar en los países de la Unión Europea o el desequilibrio entre el aumento de la productividad del trabajo y el nivel del salario real en Estados Unidos, por sólo mencionar algunos ejemplos. Todavía hay demasiadas personas excluidas de participar en la producción de los crecientes bienes y servicios existentes por no poder acceder a la capacitación y las condiciones necesarias para ser actores del nuevo proceso productivo y es también un hecho innegable que los logros de esa plétora material no se distribuyen con la justicia debida Pero reconocer esos graves problemas no debe ocultar que en esta etapa de la globalización y la sociedad del conocimiento en el que ingresamos en el siglo XXI hubo una significativa reducción de la pobreza mundial, entre otros motivos, por el formidable incremento de la capacidad para generar riquezas materiales en los países de Asia y América Latina y que en las últimas décadas hubo una notoria disminución cuantitativa de la pobreza en países como China, India o Brasil. Es también constatable que en las últimas décadas hubo en el mundo una sensible mejoría de las condiciones de vida materiales de los pueblos conforme lo muestra la evolución de indicadores de la situación social global como el fuerte aumento de los recursos alimenticios disponibles, del ingreso por habitante, el descenso de la mortalidad infantil, el mayor acceso a la educación y su mejor calidad global, el acceso al agua potable y cloacas, la reducción del uso de mano de obra infantil, la elevación del nivel de expectativa vida y las mejoras de las que da cuenta el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), así como la vigencia del Estado de Derecho, la transparencia gubernamental, la libertad económica y la libertad política. Tomando en consideración esos indicadores, se verifica que, entre 1990 y 2010, de los 128 países del mundo acerca de los cuales hay datos disponibles, sólo 18 registraron disminuciones en su IDH y de ellos 10 son países del África sub-sahariana y 8 del antiguo bloque soviético. Ello significa que en los últimos años, además del aumento de las riquezas y del avance tecnológico alrededor del mundo, también creció el bienestar de la gran mayoría de la población mundial y la persona promedio de hoy vive más, goza de mejor salud, es más educada, padece menos de hambre y es menos probable que sus hijos tengan que trabajar que la de 1960 o 1970. Es cierto que las personas y familias pobres e indigentes del planeta que mejoraron su situación material en esos planos tan importantes, en el mismo lapso tuvieron una disminución relativa de sus ingresos, medidos en proporción a lo que recibieron las personas y familias ricas. Pero no es menos cierto que el bienestar material considerado en términos más amplios que el nivel de ingreso por habitante y en un período más extenso – por caso desde 1950 a hoy- da cuenta de una reducción de la brecha que separa a los ricos y los pobres del mundo. Pese a que el porcentaje relativo del ingreso que hoy reciben los pobres en comparación al que perciben los ricos sea menor que hace dos décadas, en términos absolutos ese ingreso permite acceder a una mayor cantidad de bienes y servicios dado el gran aumento del ingreso global que se registró en ese lapso. Expresado en cifras sólo hipotéticas, antes los pobres recibían el 15% de un ingreso de 100 y hoy obtienen el 10% de un ingreso de 1000 y puede vivir mejor quien hoy dispone de 100 que quien ayer disponía de 15. Si se analiza la evolución de la situación social del mundo en las dos últimas décadas considerándolo por regiones, surge que las mayores mejoras se registraron en los países de Asia, les siguen los del llamado Grupo de los Siete (Estados Unidos, Europa y Japón) más Australia y Nueva Zelanda, en un tercer nivel se ubican los países latinoamericanos y en el último puesto los países de África. De lo que se puede concluir que en las dos últimas décadas los países y regiones donde hubo una mayor mejoría de la situación social fueron aquellos en los que hubo mucha globalización y no en los que hubo muy poca, de lo que resulta que la mejora de la situación social y también de la situación económica sería directamente proporcional a la cantidad y calidad de los vínculos que los países establecen con el resto del mundo. A propósito de lo que se viene exponiendo, vale citar palabras del mensaje de Benedicto XVI a la Jornada Mundial de la Paz de 2009 que iluminan la interrelación entre desarrollo y erradicación de la pobreza, cuando indica que “no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva” y que “la creación de valor resulta un vínculo ineludible, que se debe tener en cuenta si se quiere luchar de modo eficaz y duradero contra la pobreza material” ya que “políticas marcadamente asistencialistas están en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los pobres”. Pareciera entonces que, en la relación de la Argentina con el mundo en este aspecto de la realidad, lo más sensato sería tratar de aplicar aquí lo que sea aplicable de lo que hicieron los países que lograron una sensible mejora de su situación social con el estímulo al trabajo y a la educación, una adecuación a la época y una mejor y mayor relación con el mundo. Por fin, el genio poético de José Hernández expuso una buena síntesis del programa social a poner en marcha en la Argentina en estos versos de su Martín Fierro: “Es el pobre en su orfandá/De la fortuna el desecho,/Porque naides toma a pecho/El defender a su raza:/Debe el gaucho tener casa,/Escuela, iglesia y derechos”. 3. Área institucional Perón decía que los argentinos somos un pueblo altamente politizado, pero carente de cultura política y esa afirmación parecer confirmada por ciertos hechos de nuestra realidad política e institucional. Así, es un hecho histórico verificable que existió y aún existe en la opinión pública argentina un considerable grado de consenso a que los conflictos políticos, sociales o económicos propios de la vida en comunidad sean resueltos mediante diversas modalidades de acción directa. Antes se avalaba el uso de la violencia por parte de las Fuerzas Armadas o por organizaciones insurreccionales y ahora se apela a marchas callejeras, actos masivos o piquetes y cortes de la circulación, aplicados en una época en la que el flujo de personas, bienes e ideas pasó a ser una característica esencial de la época. De tal manera, al momento de incidir sobre los sistemas de toma de decisiones, el peso de la acción directa y de las operaciones de influencia no institucionalizadas que son su complemento más discreto, pero no por ello menos importante – aquí el “lobbismo” se ejerce tanto o más que en Estados Unidos, salvo que, a diferencia de lo que sucede ahí, entre nosotros no existen normas legales que lo regulen – sea proporcional a la relativa debilidad de las instituciones establecidas en la Constitución y las leyes para dar participación a los diversos sectores de la comunidad en el ejercicio del gobierno del Estado. Aquello de “se acata pero no se cumple” que describía la actitud de las personas respecto de la aplicación de las normas y leyes de la Corona en esta porción de España que era América, se prolongó más allá de la Independencia y persiste hasta hoy, cuando el respeto a lo establecido en la Constitución y las leyes es más nominal que real por parte de muchos argentinos, comenzando por los dirigentes. Un comportamiento que relativiza las normas que dan solidez, continuidad y certezas al sistema y no es ajeno a la crisis de representatividad de nuestras instituciones de gobierno. Uno de los efectos deletéreos más severos de esa debilidad del sistema institucional y de representación es la erosión de la confianza en la Argentina y en los argentinos por parte de locales y extranjeros. La existencia de un sistema basado en normas consensuadas que definen derechos, deberes y procedimientos para regular las relaciones y cuyo cumplimiento efectivo en lo esencial se mantiene a lo largo del tiempo, es una de las bases principales de la confianza en un país. De ahí que Estados Unidos basó y basa mucho de su crecimiento en la notable estabilidad expresada en que sea ese el único país del mundo que cumplió sus normas constitucionales para el gobierno del Estado desde 1787 hasta hoy y, por mencionar sólo un ejemplo, eso es lo que explica que los bonos del Tesoro estadounidense, aunque pagan tasas de interés casi nulas, sigan siendo una opción que atrae a inversores de todo el mundo. Así como la confianza que suscita un país en propios y extraños es determinante para convocar inversiones, también es un factor decisivo para que pueda concretarse la aptitud y actitud emprendedora de las personas, para que los partidos políticos convoquen una participación en ellos de los ciudadanos que fortalezca la representatividad democrática y para consolidar las relaciones entre las personas y entre las organizaciones de la comunidad. Por último, pero no por eso menos importante, la confianza es también un componente que hace a la posibilidad de vigencia del principio de subsidiariedad, que es el fundamento del régimen federal, enunciado en la Constitución pero no cumplido. En suma y en síntesis, la solidez del sistema institucional en general y el del gobierno del Estado en especial, es una de las condiciones necesarias para generar la confianza que es esencial para la existencia misma de una Nación y ha de admitirse que entre nosotros esa solidez no tiene los grados necesarios. Por tanto, una de las tareas esenciales que deberán afrontar quienes sucedan al régimen actual en el gobierno del Estado será restablecer la confianza en la Argentina de parte de locales y foráneos y una primera condición para ello es que haya pruebas inequívocas de ejemplaridad en el comportamiento de los dirigentes del Estado, habida cuenta que el pescado se pudre desde la cabeza y también se recompone desde la cabeza, como recordaba Perón. A partir de esa ejemplaridad de la conducta de los dirigentes será preciso fortalecer el sistema institucional mediante el efectivo cumplimiento de todas las normas establecidas en nuestra Constitución que hacen a la vigencia del régimen republicano, representativo y federal de gobierno y producir una mejora sustancial en la representatividad de los gobernantes, lo que entre otras cosas, impone elevar la calidad del sistema electoral y la solidez de los partidos políticos, a los que se aplica lo que Winston Churchill decía de la democracia: ”es la peor forma de gobierno, excepto todas las otras formas que se han probado de tiempo en tiempo”. Es necesario y posible mejorar la transparencia del sistema electoral argentino a través de procedimientos que amplíen y fortalezcan la representatividad de las instituciones y de los gobernantes (voto electrónico, modificación de las cuantías de representación por distrito, listas uninominales, revocatoria de mandatos, financiamiento de las campañas con recursos públicos, establecimiento de una autoridad independiente para controlar y regular las elecciones, etc.). Lo que no disminuye el logro significativo que supone que el libre ejercicio del voto en comicios periódicos y sin proscripciones como medio de elección de los gobernantes se haya mantenido en los últimos 30 años, que es el lapso más prolongado de vigencia de ese aspecto esencial del sistema democrático que registre nuestra historia. Un componente determinante de la recuperación institucional y la mejora del régimen político es conseguir que los partidos políticos vuelvan a ser tales y que se cumpla lo dispuesto en el artículo 38 de la Constitución Nacional en cuanto establece que “Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. Su creación y el ejercicio de sus actividades son libres dentro del respeto a esta Constitución, la que garantiza su organización y funcionamiento democráticos, la representación de las minorías, la competencia para la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, el acceso a la información pública y la difusión de sus ideas. El Estado contribuye al sostenimiento económico de sus actividades y de la capacitación de sus dirigentes. Los partidos políticos deberán dar publicidad del origen y destino de sus fondos y patrimonio”. Dotar de existencia real a esta norma constitucional hoy incumplida requiere, entre otras cosas, que se asegure la adhesión conciente a los partidos de sus afiliados, quienes deben estar registrados en padrones veraces, actualizados y accesibles a cualquiera que quiera consultarlos y que se garantice la participación efectiva de los afiliados en la determinación de la línea política, del programa y la plataforma electoral partidaria y la elección de autoridades y candidaturas partidarias mediante la emisión de su voto libre y directo, en elecciones internas abiertas y/o cerradas. El hecho que en ninguno de los partidos políticos de la Argentina tengan vigencia efectiva estas condiciones básicas tiene un peso no menor en la escasa representatividad y solidez de las instituciones de nuestro sistema político. 4. Área económica En la actual economía argentina hay problemas coyunturales que requieren soluciones urgentes y problemas estructurales que demandan las soluciones más importantes, dos órdenes de problemas diferenciables sólo para su análisis ya que en la realidad están inextricablemente vinculados. Sin que la enunciación implique un orden jerárquico, los principales problemas económicos coyunturales son la inflación, la alta magnitud y baja calidad del gasto público consolidado, la inversión insuficiente, las falencias de infraestructura que, sobre todo en los casos de la energía y el transporte, produjeron una crisis severa, los insuficientes rangos de productividad y competitividad de muchas cadenas productivas, la baja tasa de ahorro interno, sobre todo en colocaciones a mediano y largo plazo y la correlativa escasez del financiamiento de la actividad económica por lapsos prolongados, el desfinanciamiento de Provincias y Municipios por la concentración de fondos públicos en el Estado nacional, la excesiva presión tributaria respecto de la calidad de los servicios públicos, la inseguridad jurídica debida a la discrecionalidad e imprevisibilidad en la toma de decisiones del actual gobierno nacional y por último, pero no por eso menos importante, la magnitud de pobres e indigentes excluidos de la economía formal, la magnitud del trabajo irregular o en negro y las inequidades en la distribución del ingreso. Con un criterio similar, los principales problemas económicos estructurales son la matriz del sistema productivo, la inexistencia de un programa estratégico consensuado que establezca prioridades de desarrollo, la estrechez del mercado de capitales que limita la oferta de financiación de riesgo a mediano y largo plazo para la creación y expansión de los negocios, el monto y la pertinencia de la inversión en investigación y desarrollo que promueva la innovación científica y tecnológica para mejorar la productividad y competitividad de la economía, un programa estratégico de infraestructura que establezca prioridades adecuadas en los proyectos y la asignación de recursos, una reforma del régimen tributario, en muchos planos regresivo y obsoleto, que promueva el federalismo, el desarrollo económico y la justicia social, un programa consensuado de vinculación del alza de la productividad y del salario real y promover la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas. Un prerrequisito básico para resolver ambos tipos de problemas es despejar el actual clima de suspicacia de propios y extraños y recuperar la confianza de los agentes económicos locales y extranjeros en la Argentina. Una primera condición para alcanzar ese objetivo es que la discrecionalidad en la toma de decisiones sea reemplazada por la institucionalidad, cuya principal expresión es que todos – comenzando por los dirigentes - cumplan siempre lo establecido en la Constitución y las leyes. Debe tenerse en cuenta que el imperio de la discrecionalidad eleva los costos de transacción y comprime el horizonte temporal relevante para la toma de decisiones por el aumento de los riesgos y en ese contexto los actores despliegan conductas microeconómicas adaptables y de elevada “preferencia por flexibilidad”. La persistente incertidumbre desalienta la inversión en capital físico y humano, torna más atractivas las colocaciones financieras que la inversión productiva, frena la creación de puestos de trabajo bien remunerados y restringe la investigación y desarrollo que es fuente de innovación; con lo que se genera la fuga de capitales, la escasa inversión extranjera directa y la emigración a otros países de los recursos humanos más capacitados y valiosos de nuestro país. Asimismo, el elevado riesgo involucrado lleva a que la población sea reacia a tomar contratos “largos” de inversión y ahorro, lo que lleva a que reduzcan los niveles de intermediación financiera y en casos extremos implica la completa desaparición de segmentos importantes de los mercados de crédito. En esa perspectiva, un primer paso sería establecer un compromiso voluntario y efectivo asumido por todos – oficialismo y oposición, gobernantes y gobernados, empresarios y trabajadores, pobres y ricos, jóvenes y viejos – en el sentido de que bajo ninguna circunstancia habrá modificaciones unilaterales de las relaciones contractuales. Ese compromiso podría traducirse en la creación por medio de una ley de un Consejo de Inversión y Desarrollo, dependiente de la Presidencia de la Nación e integrado por la Jefatura de Gabinete de ministros, los Ministerios de Economía, Trabajo, Industria y Turismo, Agricultura, y el Banco Central de la Republica Argentina. El Consejo sería la instancia institucional de coordinación de la política macroeconómica y entre otras misiones, establecería un rango para las tasa de crecimiento y de inflación y metas nominales compatibles entre sí para las diversas áreas de gobierno, a saber: evolución del gasto público, de la presión tributaria, pautas salariales, agregados monetarios, etc., objetivos que presentaría y discutiría ante ambas Cámaras del Congreso una vez al año, explicando cualquier desvío y las propuestas de medidas correctivas. Otra referencia previa útil para afrontar y resolver los problemas económicos coyunturales y estructurales mencionados es que los países que en los últimos 20 años lograron sustentables niveles de crecimiento económico y de mejora de la calidad de vida de sus poblaciones, fueron los que más y mejor se adaptaron a la nueva era de la evolución entre cuyas características principales destacan la globalización y el paso de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento. Esos países también supieron identificar y promover aquellas cadenas de valor de sus economías que podían alcanzar un mayor, más rápido y sostenido aumento de productividad y competitividad en términos globales y desde ellas traccionaron hacia arriba a toda la economía. Teniendo en cuenta esos ejemplos virtuosos, sería del caso formular y consensuar un programa económico general que incluya medidas armónicas y simultáneas dirigidas a resolver la coyuntura mediante la coordinación y convergencia de políticas fiscales, salariales, de ingresos, monetaria y cambiaria y que sean convergentes con la atención de los problemas económicos estructurales a través de la elaboración, consenso y puesta en marcha de un proyecto nacional de desarrollo sustentable, integrador e integral que potencie nuestros intereses permanentes. Un criterio que juzgamos necesario subrayar es la creciente importancia relativa del capital humano o capital social por lo que el hecho de que millones de argentinos permanezcan al margen del ciclo económico y social normal y en situación de pobreza e indigencia, además de ser una realidad inaceptable para la moral más elemental, es insostenible desde la racionalidad económica. Desde esa perspectiva es necesario instalar una firme conciencia social en que cada argentino debe producir al menos lo que consume y que deben darse las condiciones necesarias para que todos podamos cumplir con ese deber, tendiendo a integrar dos realidades que hoy coexisten separadas. Una es la que viven los millones de compatriotas excluidos de la producción y el consumo modernos, en una situación de pobreza e indigencia que no se compadece con la dignidad que es debida a toda persona por el sólo hecho de serlo. La otra es la de una Argentina moderna, compuesta por millones de compatriotas que a diario se esfuerzan y logran vincularse con el resto del país y el mundo. en condiciones adecuadas de competitividad y eficiencia. La integración deseable entre esas dos realidades pasa por igualar hacia arriba, haciendo lo necesario para que quienes viven mal en la primera Argentina puedan pasar a vivir mejor en la otra Argentina, cuyos actuales habitantes, a su vez, deben ser estimulados, favorecidos y promovidos, para que sus esfuerzos no se frustren por las condiciones adversas del contexto y para alcanzar ese objetivo, entre otras condiciones, es preciso asegurar que todos tengan un acceso universal y permanente a una educación pertinente y de calidad, que es hoy el nombre que tiene la justicia social. Por lo demás, al fijar prioridades – imprescindibles en el diseño de toda política económica – corresponde valorar nuestras potenciales aptitudes competitivas en sectores tan diversos como la siderurgia y las industrias culturales; la biotecnología y el turismo, la maquinaria agrícola y la industria nuclear; la industria automotriz y la del aluminio, la minería y la producción forestal; los biocombustibles y el diseño y producción de manufacturas textiles y de cuero, por mencionar sólo algunos de los principales ejemplos. Pero, sin restarle importancia a esos y otros sectores productores de bienes y servicios, es preciso poner un foco central en la producción de alimentos, dadas las perspectivas de evolución de la demanda global de esos bienes y a nuestras posibilidades de ser actores protagónicos de escala internacional en la oferta de los mismos. Aunque garantizar la seguridad alimentaria para todos los argentinos es un objetivo incuestionable, hay que repensar estratégicamente políticas que compatibilicen este objetivo con el de convertir a la Argentina en el “delivery” y no sólo el “granero” del mundo, ya que ningún programa que postule un crecimiento significativo, persistente y sustentable de la economía nacional puede limitarse a la mera atención de la demanda interna. En pos de ello y desde una mirada técnica pero abarcadora, corresponde definir de que forma se logra que las cadenas productivas agroalimentarias se eslabonen hacia delante para agregar más valor, generar más empleo y poder capturar una mayor porción de la renta que hoy se concentra en los segmentos de comercialización de alimentos de escala global. Por fin, no parece factible ni deseable que una economía emergente deba afrontar la totalidad de sus necesidades de financiamiento, capital e intereses con los resultados presupuestarios del período, es decir con superávit fiscal, lo que implica sacrificar recursos siempre escasos, que deberían destinarse a atender las necesidades más prioritarias por lo que tal procedimiento solo debería ser considerado como una herramienta excepcional. Sobre todo en una situación del mercado voluntario internacional de créditos como la presente, con una gran oferta de recursos a tasas cercanas a cero. Para terminar con el análisis de este punto, exponemos algunas medidas para afrontar los principales problemas de coyuntura que presenta hoy nuestra economía, elaboradas por técnicos y profesionales del Peronismo Federal porteño. Inflación Restaurar o recrear un sistema de estadísticas confiable, corrigiendo el desprestigio del INDEC. Esto persigue una doble finalidad: restablecer un ancla nominal y recobrar confianza entre los inversores para volver al mercado voluntario de deuda y proveer indicadores confiables para las actualizaciones salariales y de jubilaciones, pensiones y asignaciones familiares. Aumentar el superávit fiscal primario acotando el crecimiento del gasto público a tasas de expansión razonables, ligadas a la evolución de los ingresos estructurales del fisco sin descuidar el gasto social, lo cual hace inevitable asignar prioridad entre las partidas presupuestarias. Modificar el método de elaboración del Presupuesto General de Gastos y Recursos de la Nación, criterios más razonables y métodos más transparentes, tendiendo a establecer programas plurianuales con adecuados controles de gestión y auditorías de resultados, con pautas de austeridad y mejora de la calidad del gasto en términos de los servicios que el Estado debe brindar a la sociedad. Inversiones Crear un fondo anticíclico que brinde la noción de solvencia intertemporal de las cuentas públicas. Esta medida no solo servirá para recrear confianza entre los inversores sino que además y fundamentalmente, permitiría hacer políticas contracíclicas. Pero, como Argentina necesita ganar reputación rápido, quizá una medida alternativa de cortísimo plazo sea restaurar el superávit sencillamente haciendo crecer los ingresos por encima del gasto, algo fácil de comprobar y rápido. Acceder al mercado de deuda y cerrar la ventanilla del BCRA como fuente de financiamiento. Expandir la operatoria propia de la Banca de Desarrollo que, según lo muestra la experiencia internacional, puede ser una herramienta útil para contribuir a financiar la inversión, en particular para las PYMES. Deberá ser una institución eficiente, con sanas prácticas de evaluación y gestión de riesgos y un adecuado gobierno corporativo que eviten la repetición de experiencias fallidas en el pasado. Subsidios Revisar y reducir el régimen de subsidios de manera gradual y sin desproteger a las escalas de ingresos más bajas, según el principio de que los mismos asistan a la demanda y no a la oferta (pasajeros y no empresas transportistas, consumidores de menores ingresos y no todo el mercado en alimentos, usuarios más pobres o sectores promocionados y no a todos en energía, compradores de vivienda única y no empresas constructoras, etc.). Extender a todos los planes sociales la acreditación del subsidio en una cuenta bancaria del beneficiario y tender a establecer una contraprestación orientada a recrear la cultura del trabajo y a desterrar la del clientelismo, con adecuados procedimientos de auditoría y control y financiados por Rentas Generales. Medidas impositivas Suba significativa del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias que se cobra sobre los ingresos personales (salarios). Sustitución gradual de las retenciones por un impuesto a la renta potencial de la tierra libre de mejoras. Reducir el IVA a los bienes de la canasta alimentaria básica, bajando su alícuota al 10,5%, excepto los bienes que tienen 0% de alícuota. Gravar las ganancias de capital, eliminando exenciones de Ganancias de capital para personas físicas (las jurídicas ya están gravadas) en el resultado de compra venta de activos financieros y acciones, bienes muebles e inmuebles (dejando la excepción de inmuebles que son bien de familia). Reforma del monotributo para reducir posibles incentivos a una eventual elusión de Ganancias e IVA por parte del profesionales independientes. Empleo Convenir con los sindicatos un programa plurianual de mejoras paulatinas del salario real que tiendan a ser proporcionales al aumento de la productividad, en la perspectiva de que el sector trabajo alcance una participación del 50 por ciento del ingreso total. Ley de Protección del Empleo ante Fluctuaciones Cíclicas: Para paliar los efectos de la desocupación, extender el seguro de desempleo a todo aquel que haya perdido su puesto de trabajo, con un monto nominal inicial mayor al actual pero decreciente en el tiempo, sin llegar a cero. Para evitar la disminución del nivel de empleo es factible considerar la eliminación de la doble indemnización y reemplazarla por una disminución temporal de aportes o instituir complementos salariales a cargo del Estado (condicionado a mantener la plantilla de personal). Incentivos a la producción Reducir las cargas patronales para salarios bajos en las PYMES, contribuyendo a estimular el empleo formal por la caída del costo laboral de los empleos de menor salario, mejorar el ingreso real de los trabajadores e ir blanqueando la situación laboral de los 5 millones de trabajadores con empleo informal. Reducción de aranceles en mercados no competitivos bajando a la mitad el arancel externo a la importación de cervezas, productos siderúrgicos, indumentaria y alimentos en conserva a fin de “disciplinar” los precios internos en productos que superen la inflación interna, tengan baja competencia interna o alta protección externa, pudiendo considerarse establecer un arancel cero en un plazo de 3/4 años a productos sin oferta competitiva local: ej: fibra óptica, computadoras, tomógrafos computados para hospitales, etc.. Desgravación de ganancias a las PYME para reinversión de utilidades, en tanto esos recursos se destinen a la compra, fabricación, construcción o importación definitiva de nuevos bienes de capital, en la construcción de obras (no civiles), en investigación y desarrollo, en la capacitación del personal o el aumento del número de empleados estables, con un tope del 25% del promedio de ventas de los últimos tres ejercicios cerrados al momento de presentación de la solicitud. Incentivos fiscales para infraestructura energética que disponga la amortización acelerada de todas las inversiones realizadas en generación, transporte y distribución de energía para el pago de Ganancias y devolución de IVA a las inversiones realizadas. Incentivos fiscales a las empresas que apliquen normas y procedimientos tendientes al uso racional de la energía y a la protección de la calidad ambiental. Seguro de “techo” a la tasa de interés para préstamos a la inversión para ampliar la disponibilidad y reducir el costo de los préstamos de largo plazo a la inversión productiva de PYMES, acotando el riesgo para el deudor por aumentos significativos de la tasa, creando un fondo (estatal o mixto) que pagaría el diferencial entre el “techo” y el valor de la tasa. Fondo fiduciario de financiamiento para la inversión productiva mediante un marco regulatorio que habilite el uso centralizado de parte de los recursos públicos para financiar proyectos de inversión que sean de interés por sus externalidades económicas y sociales. Elaborar un programa estratégico en sectores con alto potencial de crecimiento que agregue valor a las cadenas productivas y eleve la sofisticación de las exportaciones, incluyendo la eliminación de retenciones a la exportación de productos de las cadenas de biotecnología, biocombustibles, electrónica y bienes informáticos, software y sectores vinculados, arquitectura, muebles, textiles y manufacturas de cuero; autopartes y vehículos de series cortas y alta ingeniería; publicidad y bienes culturales, productos mecanizados complejos /maquinaria agrícola, naval) y química fina. Registro único de asistencia técnica y financiera a PYMES para maximizar la eficiencia y facilitar el acceso de los actores del sector a los programas de apoyo público al segmento y a eliminar la subejecución y la superposición de instrumentos. Impuesto al cheque como pago a cuenta de contribuciones patronales, para reducir el peso de un impuesto que obstruye la intermediación financiera y afecta la rentabilidad de las empresas y a la vez promover la bancarización y eficientizar el manejo de liquidez de las empresas. Promoción de las microfinanzas. Bono “verde” y otras iniciativas tendientes a proteger la calidad ambiental. Federalismo Aplicar con premura medidas que equilibren la distribución de los recursos públicos entre la Nación y las Provincias, para llegar en una primera etapa inmediata a un reparto del 50% para cada jurisdicción. Proceder con el mismo criterio en la distribución de recursos entre las Provincias y los Municipios. Modificar la estructura de los directorios de los Bancos públicos, estableciendo un régimen de representación de Regiones, Provincias y Sectores Económicos Problemas económicos estructurales Para encarar con la solidez debida los problemas estructurales de nuestra economía, a nuestro juicio, se requiere formular, consensuar y empezar a poner en marcha el proyecto argentino de modelo nacional al que hicimos referencia más arriba. Así se constata al observar que la matriz del sistema productivo vigente, en gran medida, basó el fuerte crecimiento del PBI en la última década en el despliegue de actividades extractivas (vgr. soja y minería), de industrias locales de ensamblado de componentes importados (vgr. automotriz, electrónica o informática), la utilización de la capacidad instalada ociosa mediante el estímulo de la demanda interna y un alto gasto público de baja calidad. Esa matriz productiva terminó de agotar su virtualidad en 2011 e ingresó en un laberinto crítico del que sólo se puede salir mediante la formulación de un programa estratégico consensuado que incluya, entre otras, las siguientes medidas: Establecer prioridades de desarrollo para promover aquellas cadenas de valor en las que se pueden alcanzar rangos adecuados de productividad y competitividad. Generar estímulos a la inversión privada externa e interna. Mejorar la calidad y moderar la cantidad del gasto y la inversión pública Reducir la tasa de inflación anual a un dígito. Crear y consolidar un mercado de capitales que amplíe la oferta de financiación de riesgo a mediano y largo plazo para la creación y expansión de los negocios, Incrementar el monto y la pertinencia de la inversión pública y privada en investigación y desarrollo que promueva la innovación científica y tecnológica para elevar la productividad y competitividad de la economía. Establecer un programa estratégico de desarrollo de infraestructura que establezca prioridades adecuadas en proyectos que puedan atraer la inversión privada y racionalice la asignación de recursos públicos. Avanzar en una reforma del actual régimen tributario regresivo, centralista y obsoleto por otro que promueva el federalismo, el desarrollo económico y la justicia social, Consensuar con los empresarios y trabajadores un programa de vinculación del alza de la productividad y del salario real. Promover la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas Nos parece impensable que estas diez cuestiones y otras similares que se agreguen puedan ser siquiera abordadas si no es mediante la restauración de la confianza, la unión nacional y la búsqueda de un amplio consenso en los términos que se vienen exponiendo en este material. La realidad económica mundial Terminamos este ítem con unas referencias que intentan ser tan breves como sea posible a la realidad actual de la economía mundial. En la pluricausalidad del estallido de la crisis en 2008 cuyos efectos subsisten hasta hoy, uno de los factores destacados estuvo y está el aumento desbocado de la creación de dinero virtual (generado sólo a partir del propio dinero) facilitada por las profundas, rápidas y múltiples innovaciones en las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) que se introdujeron en los últimos treinta años en los sistemas financieros. Esos avances de las TIC permitieron acelerar hasta el vértigo la velocidad de circulación del dinero inmaterial, por montos que aumentaron a niveles exponenciales, en operaciones múltiples y constantes hechas desde computadoras personales y a través de las redes informáticas globales, que permiten hacer transferencias instantáneas de cuantiosos fondos de ese dinero virtual, desde cualquier localización geográfica a cualquier destino. La expansión de ese dinero virtual contribuyó a multiplicar en el sistema financiero global la realización de complejas operaciones especulativas, entre ellas derivados y apalancamientos basados en apuestas de futuro sobre commodities y en sucesivas transferencias de paquetes de hipotecas sobre bienes inmobiliarios. En esas operaciones se manifestó la brutal codicia de algunos actores del sistema bancario y financiero global (“greed is good” era la frase de Gekko, el protagonista de Wall Street), quienes lograron rápidas y cuantiosas ganancias sobre todo para sí con un estilo de conducción de entidades bancarias y financieras sin la debida prudencia para medir los riesgos implícitos y las consecuencia de sus decisiones, que tanto aportaron al estallido de la grave crisis global que no termina de resolverse. La crisis desmintió que el mercado financiero pueda autorregularse y controlarse a sí mismo que es lo que sucedió hasta el 2008, lo que aportó a desatar la crisis que aún hoy padecemos y a que el sistema bancario y financiero descuidara su misión transaccional, consistente en usar los fondos de quienes le confían la guarda y administración de sus excedentes para atender la demanda de quienes requieren asistencia financiera para producir bienes y servicios, para el consumo o para otros fines. Atender las consecuencias deletéreas de esos desvíos demandó asignar fondos cuantiosos con los que los estados fueron al auxilio de entidades financieras en riesgo de colapso y que, una vez más, no pudieron ser destinados a un mayor y mejor desarrollo de la economía productiva. Vale incluir aquí la explicación de la crisis de Rajiv Bantra, economista según el cual una de las causas del actual colapso es la brecha que se generó en la economía de Estados Unidos en los últimos 20 años entre el aumento constante de la productividad y la caída del poder adquisitivo de los salarios, lo que incidió en la economía global. Bantra afirma que en los últimos 20 años los avances de la información y las comunicaciones (TIC) contribuyeron a un aumento exponencial del nivel de productividad (la cantidad de bienes y servicios producidos en una unidad de tiempo a costos equivalentes o decrecientes) de la economía estadounidense que, como es obvio, implicó un fuerte incremento de la oferta global de bienes y servicios. Simultáneamente, a estar por los datos consignados por Batra, la evolución del poder adquisitivo de los salarios no fue proporcional al aumento de la productividad lo que tuvo dos consecuencias simultáneas. Una fue el aumento de la tasa de ganancias de las empresas por esa brecha entre el nivel de aumento de la productividad respecto de los salarios. La otra fue que los ingresos salariales eran insuficientes para costear por sí el consumo de las personas y las familias estadounidenses y absorber el aumento de la oferta de bienes y servicios debido al incremento de la productividad. Para buscar el equilibrio entre la oferta y la demanda se apeló a promover el endeudamiento de las personas y las familias a fin de dotarlas de recursos virtuales que les permitieran solventar el consumo de la acrecida oferta de bienes y servicios, con lo que se generó una nueva fuente de ganancias por los intereses que se cobraban a los tomadores de préstamos y así se fue inflando una burbuja que terminó por explotar. Debemos decir que todas estas observaciones, más allá del interés académico que pudieran tener desde la perspectiva argentina, hoy carecen de efectos significativos en el devenir de la economía local para la cual los dos datos importantes de la economía global son: La persistente onda larga de fuerte demanda y altos precios para nuestros bienes transables. La liquidez y las bajas tasas de interés de la oferta financiera internacional. Nuestra economía se benefició y se seguirá beneficiando del primer dato y no pudo aún aprovechar el segundo por la impericia de la política económica oficial. 5. Área demográfica Por la dimensión de su territorio, la Argentina es el octavo país más grande del mundo, precedida por Rusia, Canadá, Estados Unidos, China, Brasil, Australia e India, en ese orden. Pero, a diferencia de esos otros siete países que aprovecharon su gran dimensión territorial para su desarrollo, nosotros no logramos aún integrar y poblar a nuestra dilatada geografía, para así aprovechar en plenitud las posibilidades que nos brinda. Hoy, según datos del INDEC, el 50,08% de la población total del país vive en los diez más grandes conglomerados urbanos, que cubren apenas el 1,07% del territorio continental argentino. Esto significa que más de 20 millones de personas nos apiñamos en apenas 5.642 km² (unas 3.660 personas por km² o 3,66 personas por m²), en tanto que las más de 20 millones de personas que completan la población argentina, se dispersan en los 2.786.168 km² restantes de nuestra superficie (7,41 personas por km² o 0,00741 personas por m²). Además, nuestro territorio incluye la llamada Pampa Húmeda, llanura fértil de unos 600.000 km2 con excelentes condiciones ecofisiológicas de suelo, clima y cielo (humus, humedad ambiental, aguas disponibles, temperaturas, ventana térmica, etc.) que la dotan de una extraordinaria aptitud para la producción de alimentos. Estados Unidos, Canadá y Australia, tres de los países de superficie territorial mayor que la nuestra y con llanuras fértiles similares a la Pampa Húmeda, son todos ricos y sus pueblos prósperos. Rusia, que dispone de una fértil pradera sudoccidental y estuvo históricamente unida a Ucrania, con sus célebres “tierras negras”, no aprovecha en plenitud esas ventajas naturales para incrementar sus riquezas y la prosperidad de sus pueblos debido al atraso que dejó la brutal destrucción causada por la colectivización forzosa del sector rural, impuesta por Stalin durante del período soviético. Pero además de la Pampa Húmeda, en la mayor parte del 98,93% del territorio argentino en el que hoy está desperdigada la mitad de la población, también existen condiciones de suelo, humedad y temperaturas que lo hacen apto para producir insumos alimentarios u otros bienes (por ejemplo, minerales), que tienen demanda y precios altos en el mundo. Esas ventajas comparativas de nuestro territorio pueden convertirse en ventajas competitivas para aprovechar en plenitud la onda larga de fuerte demanda y altos precios internacionales que tienen los bienes alimenticios y commodities como los minerales, en tanto se apliquen a esas ventajas comparativas existentes recursos científico - tecnológicos y de capital humano capaces de volcarse al trabajo organizado. En ese camino es posible crear y desarrollar polos productivos regionales, que generen fuentes de trabajo para revertir el flujo migratorio del campo y de ciudades pequeñas y medianas y pueblos de la Argentina interior hacia a las grandes urbes, en el marco de un programa estratégico de desarrollo demográfico equilibrado. Vale añadir que la superficie bajo cultivo que tiene hoy la Argentina podría aumentar significativamente mediante la realización de proyectos que en el mundo de hoy podrían encontrar financiamiento, dada la evolución de la demanda global de alimentos y la necesidad de nuevas tierras dedicadas a su producción, de los que mencionaremos tres ejemplos: El aprovechamiento múltiple, racional y amplio del río Bermejo que permitiría recuperar unos 300.000 km2 de territorio hoy desértico en las provincias de Salta, Chaco, Formosa, Santiago del Estero y Santa Fe. El Plan Maestro Integral del Río Salado que abarca unos 17 millones de hectáreas en la cuenca de ese río donde viven 1.300.000 personas y se concentra alrededor del 25 por ciento de la producción de granos y carnes del país. La recuperación mediante riego de la vasta meseta central de la Patagonia para la producción, por caso de semillas en condiciones de alta sanidad. Se trata de concretar la epopeya de crear trabajo y condiciones de vida adecuadas para promover la ocupación poblacional de las zonas de nuestro territorio subpobladas o directamente vacías e impulsar que migren hacia ellas parte de quienes hoy se apiñan en los grandes conglomerados urbanos. Ello requiere avanzar en la integración de nuestro territorio mediante la ejecución de un plan que sume proyectos de construcción de rutas y autopistas, la reconstrucción de redes ferroviarias para cargas y pasajeros, el uso pleno de nuestras hidrovías y la extensión de las líneas de conexión aérea entre las diversas zonas del país. Supone también extender a toda nuestra geografía el acceso universal a Internet mediante la ampliación del wi-fi al conjunto del territorio nacional, amen de elaborar y poner en marcha un programa de alfabetización informática que brinde a los habitantes de todo el país herramientas para acceder al mundo digital. Concretar la revolución demográfica planteada también implica extender a quienes vivan en todo el territorio nacional la posibilidad de acceder a servicios de educación, salud y vivienda de calidad y en cantidad adecuadas. Esa repoblación equilibrada de nuestro territorio creará mejores condiciones para hacer realidad el régimen federal de gobierno que establece la Constitución Nacional y potenciar las funciones de los más de 2 mil gobiernos municipales que existen en la Argentina y así mejorar la gestión del Estado a partir de los beneficios que implica la cercanía de los decisores respecto de los problemas a resolver. Justo es reconocer que esa epopeya se esbozó durante la presidencia de Arturo Frondizi que, entre 1958 y 1962, procuró con diversas iniciativas la integración de la Patagonia o en la presidencia de Raul Alfonsín, cuando se buscó la descentralización a partir del traslado de la Capital Federal a Viedma-Carmen de Patagones. Aunque ambos intentos fueran parciales, quedaron inconclusos o se frustraran, vale señalarlos como un rumbo a continuar. Desde esa perspectiva es hoy plausible plantear que “Gobernar es poblar, creando trabajo”, uniendo así consignas levantadas por esos grandes pensadores políticos argentinos que fueron Juan Bautista Alberdi y Juan Domingo Perón. Esas siete palabras que unifica a las de Alberdi y Perón enuncia el núcleo de un programa transformador, cuya ejecución ayudaría a que nuestro país ingrese en el siglo XXI y a que todos sus habitantes tengan iguales y efectivas posibilidades de acceso a la prosperidad y a una calidad de vida digna y sustentable. Por lo demás, la revolución demográfica que aquí proponemos se corresponde con las mutaciones de la que en el siglo XXI se vienen registrando en la geopolítica mundial, entre los que destacan el paso del Océano Atlántico al Pacífico como el espacio central del desarrollo global, los riesgos que representa el calentamiento global, el peligro del daño ambiental para la supervivencia de la vida en el planeta que representa una amenaza mayor que lo que fue (y en cierta medida aún es) el armamento nuclear y la batalla por las proteínas y por el agua, que tiende a ser el principal recurso estratégico. 6. Área de seguridad y defensa Ante la demanda de seguridad que ocupa el primer lugar en todas las encuestas de opinión sobre las principales inquietudes ciudadanas, aunque no es un tema en el que seamos expertos, creemos útil aportar algunas reflexiones. La primera es que nos parece necesario diferenciar dos tipos de amenazas que se ciernen sobre la seguridad. Una es la proliferación de los que nos permitimos denominar delitos “comunes” que podríamos definir como de raíz socio-cultural en tanto tienen una causalidad estructural en la pobreza de todo orden, la adicción a las drogas, la debilidad de los lazos familiares y sociales, la ausencia de un sentido trascendente de la vida, etc. La otra amenaza procede de la creciente actividad de organizaciones criminales en muchos casos transnacionales, dedicadas sobre todo al tráfico ilegal de drogas, armas, personas e influencias. Ante la primera amenaza una apreciación de sentido común es que la seguridad se puede restaurar en el mediano y largo plazo mediante acciones socio-culturales que afronten las causas estructurales de la proliferación del delito y en lo inmediato por una creciente presencia disuasiva y una avalada acción represiva de las fuerzas policiales y de seguridad, a las que se agregue un sistema judicial que se incline por defender los derechos de las víctimas del delito por encima de los derechos de los delincuentes para lo cual estimamos pertinente, entre otras medidas, extender el régimen de juicio por jurados y promover un sistema carcelario que imponga a los condenados un trabajo físico obligatorio, ya que el trabajo es el principal mecanismo de reeducación, que es el rol asignado a las cárceles en la Constitución. En cuanto a los delitos graves que en no pocos casos cometen integrantes de poderosas organizaciones criminales transnacionales como las dedicadas al tráfico ilegal de drogas, armas, personas e influencias, creemos preciso fortalecer los medios de defensa ante ellos de la sociedad y el Estado mediante la formación de cuerpos de seguridad e inteligencia en el espacio judicial y policial de alta profesionalidad y especialización. En materia procesal parece necesario establecer un régimen de excarcelación muy restrictivo para acusados y condenados por delitos como narcotráfico, secuestro extorsivo, trata de personas o falsificación de moneda que se extienda a los imputados o condenados por delitos contra la administración pública o corrupción, así como mejorar y fortalecer la prevención, control y sanción del lavado de dinero, que es el paso final y decisivo de este tipo de delitos. 7. Área de integración En la era actual dos de los datos más relevantes de la situación internacional son el tránsito de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento y la globalización. Respecto del primer fenómeno baste citar lo expresado por Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus, en la que señaló que la actual tiende a ser “una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación” y que “si en otros tiempos el factor decisivo de la producción era la tierra y luego lo fue el capital, hoy el factor decisivo de la producción es cada vez más el hombre mismo, es decir, su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto mediante el saber científico y su capacidad de organización solidaria, así como la de intuir y satisfacer las necesidades de los demás”. En cuanto a la globalización, su perspectiva fue avizorada por Perón hace más de 40 años, como se constata en esta cita de su discurso del 25 de setiembre de 1972: "La evolución de la humanidad, que comenzó con el hombre aislado, siguió con la familia, la tribu, el clan, el estado primitivo, la ciudad, el estado feudal, la nacionalidad, hoy ha llegado a la integración de los continentes y pronto llegaremos al universalismo, que es la integración total de los hombres de toda la Tierra" y agregaba en esa misma oportunidad: "es por eso que ya no podemos pensar en el concepto pequeño de naciones, ya debemos empezar a pensar en la Tierra que es la que nos comprende, nos alimenta y nos sostiene a todos. Y si esa evolución ha de producirse, es preciso que nuestras comunidades vayan también adaptándose a ella y vayamos evolucionando en lo económico, en lo social y en lo político". Después del colapso de la URSS en 1991, el mundo ingresó en una fase de unipolarismo en la que el poder se concentró en Estados Unidos y que tuvo su fin en 2008, con el estallido de la crisis global que comenzó con la caída de Lehman Brothers y se prolonga hasta hoy. En este último quinquenio se constató el ascenso en el sistema de poder de los llamados emergentes, entre los que destacan los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), países todos que, al igual que Estados Unidos y la Unión Europea con quienes comparten el sistema global de poder, configuran verdaderas naciones – continentes que expresan el continentalismo que anunciaba Perón. América en general y la Argentina en particular, en estos últimos diez años, quedó retrasada en ese proceso de unidad continental como camino para tener cierto grado de protagonismo en la globalización. La UNASUR, única iniciativa internacional de cierta relevancia llevada a cabo en la década K, entró en agonía con el fallecimiento de Néstor Kirchner y se acerca a su muerte con el óbito de Hugo Chávez, que al escribir está nota parecía inminente. Queda Brasil, una nación-continente en sí, que ejerce su protagonismo global sin que parezca necesitar el acompañamiento de los países con los que se había asociado en el hoy decadente Mercosur, donde Argentina pudo haber realizado el “destino manifiesto” que anticipara Perón en la década de 1950 con la iniciativa del ABC (Argentina, Brasil y Chile). Tal vez – sólo tal vez – ese pobre horizonte internacional de la Argentina pueda ser modificado si quienes asuman el gobierno después de CFK son capaces de hacer converger la energía de todos los argentinos para restaurar el sueño de partir de la integración del Cono Sur en el proceso de construir la Patria Grande. Como fuere, con parcialidad y no pocas debilidades, en el mundo de hoy lo que se perfila como el espacio de poder global es el Grupo de los 20 o G-20, que reúne en un mismo espacio a los países industrializados y los llamados emergentes, liderados respectivamente por Estados Unidos y China, quienes aparecen como los nuevos socios-rivales en el escenario mundial. Las inconsistencias del G-20 en términos de gobernabilidad de la globalización fue señalada en forma implícita por Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate, donde postuló la necesidad de superar esa falencia en los términos de la cita que a continuación transcribimos. “Para gobernar la economía mundial, sanear las economías afectadas por la crisis, prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas. Por fin, a modo de conclusión recordamos que el 20 de junio de 1973, hace casi 40 años y pocos días antes de su muerte, el general Perón pronunció un discurso en el que ratificaba su certeza en el destino de grandeza de la Argentina y la felicidad de los argentinos que lo alentó toda su vida y del que extraemos la cita que sigue a manera de testimonio de nuestra incorregible esperanza en la Patria. “Tenemos un país que, a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes. (...) En el final de este camino está la Argentina potencia, en plena prosperidad con habitantes que puedan gozar del más alto standard de vida, que la tenemos en germen y que sólo debemos realizarla. (...) La inoperancia en los momentos que tenemos que vivir es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el deber de producir por lo menos lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes. (...) Finalmente deseo exhortar a todos mis compañeros peronistas para que obrando con la mayor grandeza echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en la futura grandeza de la patria que bien puede estar en nuestras propias manos y en nuestros propios esfuerzos.(...) Dios nos ayude si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo, guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para no percibirla”. Sea el último párrafo una frase de la Madre Teresa de Calcuta que, en cierta medida, expresa nuestra sensación acerca de la utilidad real que tal vez tenga este extenso texto: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”. Buenos Aires, enero 2013 NOTAS 1 Guillermo Pérez Sosto y Mariel Romero, “Futuros Inciertos – Informe sobre vulnerabilidad, precariedad y desafiliación de los jóvenes en el conurbano bonaerense”, Catálogos /Aulas y Andamios Editores, 2012 2 Stefano Zamagni, Por una Economía del Bien Común, Ciudad Nueva, 2012 3 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, 1999. 4 Rodolfo Kush, Obras Completas, Editorial Fundación Ross, 2000 5 Jorge Castro, Dios en la Plaza Pública. Benedicto XVI: política y cultura en la era de la globalización. Ágape libros, 2012 6 Ibid.

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