El Foro de Pensamiento Peronista fue fundado en 2012 por un grupo de políticos e intelectuales del peronismo con el fin de discernir ideas y hechos que desplieguen el rico y vigente pensamiento estratégico del Gral. Juan Domingo Perón, e intervenir así en la lucha político-cultural de la Argentina. Tras las derrotas de 2015 y 2017, nos animó la reunificación del peronismo como base de la recreación de un gran Movimiento Nacional , y ofrecer a nuestro pueblo una alternativa triunfante, logro que finalmente se obtuvo a partir de la victoria en 2019 del Frente de Todos, encabezado por el compañero Alberto Fernández.

19 de noviembre de 2019

El péndulo inexorable



Por Mariano Rovatti

Desafiando a la poco democrática consigna no vuelven más, en tan solo un año, el peronismo logró la unidad, definir un mensaje, rediseñar su liderazgo y ganar las elecciones, ratificando la necesidad de todo sistema republicano que se presuma sólido, de tener –al menos- dos corrientes políticas con chances de acceder al poder.

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Tras la victoria de Cambiemos en las elecciones de medio término, en donde Esteban Bullrich derrotó a Cristina Fernández-Kirchner, se instaló en oficialismo y oposición la idea que el ciclo de Mauricio Macri gozaba de plena salud, y se extendería hasta el 2023. Desde el desierto de San Luis, sólo Alberto Rodríguez Saá gritaba hay 2019, en medio de un peronismo atomizado y con pases de factura recíprocos entre sus caciques.

Dentro del macrismo más confesional, alguien lanzó el vamos por todo, grito de guerra típico de los oficialismos triunfantes. El gobierno de los CEOs soñó con materializar una reforma integral y profunda a la estructura económica y social de la Argentina, vigente desde mediados del siglo veinte. Empezó por la reforma previsional.

El proyecto del Poder Ejecutivo fue aprobado gracias al apoyo de un puñado de ignotos legisladores que se sumaron a las huestes oficialistas. El nuevo sistema generó que dos años después, los jubilados hoy ganen un 16% menos que lo que hubiesen percibido aplicando el sistema anterior.

Si bien para la oposición fue una derrota, ese debate parlamentario fue el punto de partida para la unidad concretada este año. También en ese momento se tuvo conciencia de que la principal causa de la derrota electoral había sido la fragmentación justicialista. En la elección de 2017 en la Provincia de Buenos Aires, cuatro listas fueron encabezadas por líderes de ese espacio: Cristina Fernández, Sergio Massa, Florencio Randazzo (cuyo armador fue nada menos que el actual presidente electo, Alberto Fernández) y Fernando Solanas. En la contienda de dos años antes, Daniel Scioli, Sergio Massa y Adolfo Rodríguez Saá habían encabezado sendas fórmulas presidenciales.

Uno de los que dio el primer paso fue Alberto Fernández. A principios del 2018 se acercó al kirchnerismo, repitiendo como un mantra con Cristina no alcanza, pero sin ella no se puede. Tras una década sin hablarse, la ex Presidenta y su primer Jefe de Gabinete restablecieron su relación política.

Paralelamente, otros dirigentes como Felipe Solá, Daniel Arroyo, Hugo Moyano, Pino Solanas y Victoria Donda fueron recorriendo el mismo camino.

Mientras el plan económico de Macri empezaba a naufragar, se multiplicaban las gestiones por la unidad, pero todas chocaban con el límite que suponía la candidatura de Cristina: era la que más medía, pero su techo le impedía llegar triunfante a un ballotage. A comienzo de este año, dentro del peronismo crecía la certeza que si había unidad, y no se cometían errores, podía accederse a la victoria.

Miguel Pichetto, Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti conformaron Alternativa Federal, un espacio peronista no kirchnerista cuyo logro máximo fue una foto sacada en la oficina de Guillermo Seita.

Paralelamente, Roberto Lavagna se enteró que había sido medido como potencial candidato de un espacio antigrieta, con resultados alentadores, y se lanzó desde Cariló con otra foto, luciendo sus sandalias con medias. El ex ministro pretendía ser consagrado como un candidato de unidad, sin internas, de un espacio tan amplio e indefinido como carente de liderazgos contundentes.

María Eugenia Vidal medía mejor que el Presidente y amagaba con cortarse sola en la Provincia de Buenos Aires. Apoyada por Emilio Monzó y dirigentes radicales, hizo el intento de convocar a elecciones provinciales separadas de la nacional. Macri logró convencerla de lo contrario.

Cristina reapareció presentando un libro de su autoría, que además de resultar un éxito editorial, le permitió ganar el centro de la escena en la Feria del Libro, uno de los grandes acontecimientos del año, en el que agradeció públicamente a Alberto Fernández por haberle sugerido la idea de escribir un libro. Ahí se veía una punta de sus preferencias.

A los pocos días visitó el Partido Justicialista, dejando claras sus intenciones reconciliatorias. Y el golpe de gracia lo dio cuando anunció la fórmula que ella misma integraría secundando a Alberto Fernández.

Nadie la vio venir, ni adentro ni afuera del peronismo. La jugada –además de ser tácticamente brillante- incluye un grado de autocrítica. No eligió a un incondicional, sino a quien se había ido de su lado dando un portazo once años antes.

Además de retener el 100% de sus propios votos, Cristina lograba agregarle el plus que necesitaba para ganar en primera vuelta. No sólo por lo que podía agregar Alberto en votos, sino en su rol de armador, que es al cabo su fuerte. En pocos días, Alternativa Federal perdió su razón de ser, quedando reducida a ser un cenáculo de nostálgicos, uniendo las postulaciones remanentes de Lavagna y Urtubey. Pichetto cerró con el oficialismo, Massa se llevó la partícula más grande de votos y formó con Alberto el Frente de Todos, y Schiaretti -al mejor estilo Ada Falcón- se retiró a la sierra cordobesa a practicar una solitaria neutralidad.

El desafío no le quedó grande a Alberto, como muchos pensaban. Fue candidato y operador a la vez, logrando que el Frente de Todos fuera –además de la expresión de la unidad justicialista- un ámbito de contención para referentes progresistas, la CGT, sectores representativos de las PYMES, organizaciones sociales, la jerarquía católica, exponentes de la cultura y casi todos los gobernadores. Hizo una campaña a la antigua, repitiendo un puñado de ideas-fuerza difíciles de rechazar, y –pese a manifestar su oposición a ser coacheado- manejó muy bien su imagen y sus tonos de voz. Aún sin dejar de ser un intelectual, sus palabras y gestos fueron dirigidos siempre a la dimensión emocional de cada votante.

Se apoyó además en la gran campaña realizada por Axel Kicillof, quien recorrió artesanalmente durante tres años el ancho territorio provincial, sin mucho acceso a los medios ni utilización de herramientas posmodernas como la Big Data o el voto segmentado. El gobierno no podía mostrar logros económicos y sociales de relevancia. Las góndolas del supermercado, los telegramas de despido, las tarifas de los servicios públicos y los resúmenes de las tarjetas de crédito conformaron el Waterloo macrista. Frente a esa realidad, eligió ser opositor de los opositores, haciendo foco en la corrupción del régimen anterior. Pero el precio del litro de leche pesó más que los famosos cuadernos, resucitados de la Gehena del chofer Centeno.

Tras su triunfo en 2015, durante un año Macri había elegido el gradualismo, pero no se sabía hacia dónde se marchaba. El despido de Alfonso Prat Gay y la llegada de Nicolás Dujovne y Luis Caputo dejaron en claro la opción presidencial por el monetarismo liberal, el ajuste y el endeudamiento.

La política seguida a partir de noviembre de 2016 dio el mismo resultado de siempre: pérdida de productividad, caída del salario, aumento de la pobreza, deterioro social. Sobre todo en las provincias pobres y en el conurbano bonaerense. Millones de argentinos se cayeron un escalón en la pirámide social. La franja central del país, desde Mendoza hasta la Ciudad de Buenos Aires, en donde se generan los volúmenes de producción y la exportaciones más relevantes, acompañó al gobierno, constituyendo la base del sorprendente 40% final.

Como pocas veces, este proceso electoral mostró al desnudo el choque entre dos modelos nítidamente diferenciados: el agroexportador, con desarrollo financiero y ajuste del sector público, frente a otro basado en la producción diversificada, la promoción del empleo y la expansión del consumo.

Nos remitimos a un artículo escrito hace dos años, El futuro de las corrientes políticas argentinas, en el que anticipamos esta polaridad. 

Los números de las PASO dieron una ventaja mayor de la esperada, para situarse en el 8% de la elección general, que dejó cierto gusto a poco a los ganadores. Si miramos la historia desde 1946 hasta el presente, el peronismo obtuvo un promedio del 51%, integrando todas sus versiones. El FT obtuvo el 48%, ligeramente inferior, aunque no estamos considerando los votos de Lavagna, que parcialmente podríamos incluirlos dentro del espectro peronista. El radicalismo cosechó el 33% promedio y la centroderecha, el 7%. Si sumamos éstos dos últimos, da justo el 40% de Macri. Las cosechas de ambas corrientes estuvieron dentro de sus expectativas históricas.

La vuelta peronista al poder encontrará el desafío de gobernar con poco margen de maniobra, obligando a tejer acuerdos. Alberto Fernández caminará por un sendero estrecho entre la necesidad de poner en marcha a la economía y a la vez contener la inflación, generar divisas y cargar con una asfixiante agenda de pagos externos, generar confianza internacional y marcar una agenda distintiva en medio de un mundo en el que prolifera la irracionalidad.

Los nombres que van conociéndose del gabinete, muestran cercanía al Presidente y experiencia de gestión. No parece haber experimentos. También sugieren una omnipresencia del nuevo Presidente, que puede desgastarlo. Alberto Fernández necesitará tener su Alberto Fernández. 

También será necesario que no se prenda en todas las peleas y chicanas que se le plantean. Usando metáforas del boxeo, le convendrá caminar más el ring y evitar plantarse en el intercambio de golpes cortos.

Juntos por el Cambio empezará una nueva etapa, en la que el liderazgo estará en juego entre el propio Mauricio Macri, quien no tendrá territorio ni caja política y enfrentará un período de intensa actividad judicial; Horacio Rodríguez Larreta, con la ventaja de gobernar la Ciudad de Buenos Aires contando con el apoyo de María Eugenia Vidal; y el radicalismo, que deberá primero definir su liderazgo interno para pelear por la candidatura presidencial en 2023, picando en punta para ello el mendocino Alfredo Cornejo.

En medio de un contexto regional complicado, la Argentina logró concretar su novena elección presidencial consecutiva, canalizando en el proceso electoral todo el descontento social, pese a la polaridad mencionada, la que se consolidará en los próximos años. Ninguna de las dos corrientes políticas tiene tanto poder como para imponer una hegemonía ni tan poco como para no tener chance de aspirar a la victoria. Queda claro que la sociedad castiga a los malos gobiernos, y es sano para el sistema que siempre haya una alternativa. 

Un gran obstáculo para gobernar será la llamada grieta, que es política, económica, cultural y sobre todo, social. La grieta seguirá firme mientras subsista la profunda desigualdad que afecta nuestro entramado social.

Ojalá que ambos polos se vayan acercando al centro, y cada elección no signifique empezar todo de nuevo. 

Buenos Aires, 19 de noviembre de 2019 

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