El Foro de Pensamiento Peronista fue fundado en 2012 por un grupo de políticos e intelectuales del peronismo con el fin de discernir ideas y hechos que desplieguen el rico y vigente pensamiento estratégico del Gral. Juan Domingo Perón, e intervenir así en la lucha político-cultural de la Argentina. Tras las derrotas de 2015 y 2017, nos animó la reunificación del peronismo como base de la recreación de un gran Movimiento Nacional , y ofrecer a nuestro pueblo una alternativa triunfante, logro que finalmente se obtuvo a partir de la victoria en 2019 del Frente de Todos, encabezado por el compañero Alberto Fernández.

12 de julio de 2020

Salir por arriba



Por Mariano Rovatti

Una de las citas preferidas de muchos políticos es de los laberintos se sale por Arriba, poema del gran Leopoldo Marechal, al que refieren aún sin haberlo leído. La pandemia, la deuda externa, la recesión, la crisis social, la expropiación fallida de Vicentín, la demorada reforma judicial y la eterna grieta sin cerrar configuran un laberinto que amenaza con bloquear al gobierno.


Vivimos un tiempo agitado, en la que parecen haberse trabado todas las iniciativas. La pandemia fue para Alberto Fernández un desafío a su capacidad de liderazgo y de gestión. El Presidente logró construir un sólido frente con los gobernadores e intendentes, aun con aquéllos de la oposición, mostrando su capacidad de tejer acuerdos y comunicar decisiones con eficacia, lo que le generó un fuerte apoyo social al principio de la cuarentena.

Pese a sus declaraciones, Alberto optó por la salud y postergó la economía. Su vecino Jair Bolsonaro hizo lo opuesto generando un colapso sanitario. Hoy, la Argentina es reconocida internacionalmente por sus aciertos en el manejo de la pandemia.

Pero, paralelamente, juegan otros factores. El aislamiento es cada vez más difícil de sostener para la población, y a la vez, funciona como una anestesia para la productividad. El haber empezado con la cuarentena apenas se vislumbraba la crisis facilitó su implementación y evitó decenas de miles de muertos, pero estiró su plazo –potenciado además por la llegada del invierno- dificultando su sustentabilidad.

Como marco circundante a la crisis, talla la agenda de los medios masivos de comunicación, más consumidos e influyentes en cuarentena que en épocas normales. Los temas que integran esa agenda, tanto en los medios opositores como en los oficialistas, lejos están de ser los que nos pongan a tiro para salir de la crisis.

A diario vemos cómo la grieta se afianza en las redes, los diarios, las radios y la televisión. Focalizan el tratamiento de la corrupción, el espionaje, la pérdida de libertades, las expropiaciones… En todos los casos, se trata de los presuntos casos y de los reales, de los de un bando y de los del otro, según sea quien lo enfoque.

Pero más allá de la pandemia –que está en manos de expertos que aciertan y erran- y de la deuda externa –en el tramo final de negociación- como temas casi exclusivos de gestión, la salida del laberinto tiene que empezar a ser diseñada. De lo contrario, el desgaste gubernamental puede ser muy rápido y dañino.

El gobierno tiene la necesidad de salir con una estrategia general de desarrollo económico y social, sin detenerse en la discusión de los temas de la agenda mediática.

Es perentorio el lanzamiento de una serie de medidas que tiendan primero al consumo, retomando el sentido de las medidas de gobierno anteriores al 19 de marzo, y luego a promover la inversión en sectores de la economía con fuerte efecto multiplicador.

El crédito, el arancel y el impuesto son las tres herramientas fundamentales para inducir a ese proceso virtuoso, que genere inversión, productividad, empleo y distribución justa de la riqueza.

El eje agroalimentario, la industria, la obra pública, la minería y la economía del conocimiento son los escenarios que requieren el lanzamiento de programas simultáneos e integrales que cambien el clima de inversiones y actividad económica. Anunciar de a una un puñado de medidas de bajo impacto no generan esa transformación.

Quizás, las experiencias fallidas del impuesto a los ricos y el caso Vicentín obligaron al gobierno a retraerse y pensar una vez más antes de hacer cada anuncio. Dos medidas que tienen justificación, quedaron sin concreción por apresuramiento, falta de oficio o no contar con todos los respaldos que se creían seguros.

Reiteradamente, desde el Ministerio de Desarrollo Social, se ha anunciado la próxima implementación de políticas que impulsen la construcción, la producción de alimentos, la industria textil, la economía del cuidado y el reciclado, así como la urbanización de las villas de emergencia. Tras siete meses de preparativos, es hora de pasar a los hechos.

A la par de esta necesidad, está otra relacionada a la comunicación del gobierno. Sabido es el desprecio que siente Alberto Fernández por todo lo que se relaciona con el marketing político. Aunque él lo hace intuitivamente (como por ejemplo, cuando ejerce su rol docente para explicar decisiones gubernamentales), tiene la convicción de que no le fue necesario ahondar en ese tipo de herramientas para ganarle a quien abusó de ellas.

Pese a ello, el gobierno debe diseñar políticas de comunicación que hoy no posee. En este terreno, Juntos por el Cambio le lleva clara ventaja, por tener profesionales dedicados a ello, además de contar con el favor de los multimedios más poderosos.

Ahora, para comunicar, hay que comunicar algo. ¿Qué? Las políticas de fondo destinadas al desarrollo económico-social, que como analizamos más arriba, aún no están fijadas.

También es necesario sacar a la cancha a otros jugadores. Hubo un momento en que sólo Alberto salía a explicar las decisiones de gobierno, lo que le generó primero un fuerte liderazgo y luego un gran desgaste.

El gobierno necesita preservar al Presidente. El Jefe de Gabinete y todo el elenco ministerial tienen que ser voceros de un relato integral, concreto y esperanzador, imponiendo una agenda de propuestas, programas y políticas públicas, volando por encima de la agenda mediática, diseñada para el rating y no para el desarrollo económico y social.

Y además, el gobierno debe darle prioridad a la construcción de una sólida plataforma de medios públicos, que tenga programación atractiva y popular, sin caer en el elitismo ideológico o de amigos.

De acá a un año

Uno de los aspectos aún no tenidos en cuenta es la importancia política –presente y sobre todo futura- del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Nacido en la emergencia social generada por la pandemia, nueve millones de argentinos se inscribieron en un registro que no existía: el de los desclasados, que tenían años atrás un trabajo e ingresos fijos, cobertura social, o eran autónomos que se sostenían sin inconvenientes. En épocas de abundancia, todos consumían bienes y servicios, viajaban, pertenecían. Pero se cayeron en algún momento de la década que está culminando, la más desperdiciada de la democracia en términos económico sociales. Cierres de empresas, despidos, empobrecimiento general, políticas económicas contra la producción y el empleo fueron mandando al descenso a millones de argentinos.

En la escala social, si dividiéramos en cinco estamentos la pirámide, los desclasados ocupan principalmente el anteúltimo escalón –al que podríamos llamar clase media-baja, o D1, según los sociólogos- pero configuran el sector más vulnerable del entramado social. El estamento ubicado debajo de ellos, al menos tienen desde hace tiempo alguna cobertura del Estado. Cuando había alguna actividad económica, al menos hacían changas, manejaban un remise, preparaban comida en su casa para clientes externos, vendían ropa…pero todo en negro, sin figurar en ningún registro.

El IFE –quizás sin ser ésa su intención inicial- creó ese registro. Esa base de datos fantasma, que era sólo un conjunto de estimaciones, hoy es un registro formal y fehaciente, de millones de argentinos que antes de la pandemia ya estaban en una delicada situación económica social pero al menos, sobrevivían. La crisis sanitaria los condenó a la incapacidad de generar ingresos, mandándolos de un plumazo al último lugar de la pirámide social. El IFE evita que se mueran de hambre, pero salvo excepciones (algunas fueron reflejadas por los medios) no les alcanza para construir un proyecto a largo plazo.

Pero el IFE cumple otra función importante: brinda la base para la implementación de un futuro Ingreso Básico Universal (IBS), que ya está en estudio en los despachos oficiales, a imitación de iniciativas similares que ya están implementando países como Estados Unidos, España y Francia. Además de cubrir una necesidad social real y evidente, el IBS equiparará a la clase media – baja al estamento más modesto, en cuanto a ser sostenida en gran parte por aportes estatales.

El universo que el mismo abarcaría sería aún más amplio: además de los nueve millones que se blanquearon con el IFE, se prevé sumar a los dos millones y medio de trabajadores cuyo salario es abonado parcialmente por el Estado a través de la Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP). La suma de ambos padrones representa casi la totalidad del universo laboral en la Argentina.

Más allá del efecto inflacionario que tendría la medida, generará una expansión del consumo (que a la salida de la cuarentena estará exhausto) y con ello, la posibilidad de recuperación para miles de empresas pequeñas y medianas –hoy al borde de la quiebra- de recuperarse gracias a la resurrección del mercado interno. Está claro que la recuperación económica y social de la Argentina tendrá necesariamente al Estado como su principal impulsor. 

Pero en términos políticos, esa situación además fidelizará electoralmente a la clase media-baja al gobierno de turno, siendo ese sector de la sociedad el árbitro de las últimas elecciones presidenciales. En 2015 votaron por Mauricio Macri y en 2019, por Alberto Fernández.

Otra cuestión importante es que dentro de un año estaremos en las vísperas de las PASO de medio término, a menos que se reforme la legislación electoral, y se suprima esta elección, dada la evidente desvirtuación de sus fines al crearse. El gobierno necesita poner en marcha la economía nacional mucho antes de esa fecha, para pasar el turno electoral sin sobresaltos. La situación económica y social del pueblo argentino será trágica al final de la cuarentena, lo que a su vez, permitirá un repunte claro cuando aquélla quede atrás. Si las elecciones son contemporáneas a ese repunte, el panorama será alentador para el Frente de Todos.

Si bien epidemiológicamente no es posible determinar cuándo será el final del aislamiento obligatorio, muchas voces de la ciencia se han animado a pronosticar que no antes de fin de año cabe esperar una vacuna o un tratamiento. Por ello, y teniendo en cuenta que la cuarentena en el área metropolitana ya ha empezado a ser derogada de hecho por amplios sectores de la sociedad, en los escritorios oficiales circulan esbozos de calendarios de vuelta gradual a la normalidad.

El gobierno no tiene tiempo de sobra para poner en marcha la economía, ya devastada antes de la pandemia. Requiere una estrategia de desarrollo económico que encienda los motores –como decía el mismo Presidente en la campaña- y traccione el aparato productivo, al menos hacia la reactivación.

En cuanto a la oferta electoral, ambas corrientes mantendrán sus esquemas básicos. Saben que cualquier división, determinará la victoria del adversario.

En el Frente de Todos, más allá de las fantasías estimuladas por los medios y dirigentes opositores, la unión entre Alberto y Cristina Fernández seguirá fuerte, por convicción y por interés. A su compromiso, se une el sector de Sergio Massa, quien ostenta el poder de presidir la Cámara de Diputados, con equivalentes cercanía y distancia con Presidente y Vice. Dentro de esta coalición de gobierno, se pelea por el poder como es normal, sin que se ponga en riesgo la gobernabilidad ni la gestión. Los tres conocen sus fortalezas y sus límites.

En Juntos por el Cambio, aparecen los disensos lógicos cuando se vuelve al llano. Mauricio Macri ya no es el jefe absoluto, pero tampoco puede ser corrido del medio con facilidad. Macri representa legítimamente a una porción importante de ese 41% que lo votó en octubre. Si se desatara una ola de citaciones judiciales en su contra –aunque sobrasen los motivos para ello- podría ponerse el traje de víctima o perseguido político.

Como manda la experiencia, aquéllos referentes que tienen funciones de gobierno se vén obligados a pararse más cerca del centro del espectro político, y no son cavadores de la grieta. Su función los habilita para manejar la lapicera en la confección de listas de candidatos, pero difícilmente puedan dejarse de lado a los exponentes del ala más dura, por trayectoria y representatividad, tales como Macri, Patricia Bullrich o Elisa Carrió. ¿Elecciones internas? Ni los duros van a arriesgarse a ir contra el aparato, ni los moderados van a exponerse a quedar como colaboracionistas del gobierno. Por necesidad, ambos sectores van a ponerse de acuerdo.

Buenos Aires, 12 de julio de 2020

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